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Callaban, pero su gesto era de frialdad ante la distancia enorme de aquel porvenir en el que depositaba el maestro sus esperanzas de bienestar. Ellos lo querían al momento, con la avidez del niño al que se muestra una golosina poniéndola después fuera de su alcance. El sacrificio, la obra lenta en favor del porvenir, no les entusiasmaba.

Yo, que dejé con el gobierno los deseos de ser más gobernador, no dejé la gana de ser conde, que jamás tendrá efecto si vuesa merced deja de ser rey, dejando el ejercicio de su caballería; y así, vienen a volverse en humo mis esperanzas.

Así han huido, se dijo Lázaro, mis esperanzas; pero estas aves tornarán al nido antes que la noche cierre, y las ilusiones no volverán jamás al alma mía. Nadie contestó al golpe. El edificio estaba abandonado y mudo. La campana cuyos tañidos llegaron hasta Lázaro, era la que en la estación servía para marcar las horas del trabajo.

Fue él quien me puso en el sendero de la dicha, quien abrió mi espíritu a la luz vivificante del saber y quien despertó en mi alma los anhelos y las esperanzas que fortificaron y alentaron mis ambiciones, formándome con la experiencia de su vida asendereada de bohemio y de vagabundo, una sólida plataforma que me permitiera elevarme sobre el nivel vulgar a que me condenaban mis condiciones personales y el medio en que me agitaba.

Avaro de vivir para sus esperanzas, suponía que la muerte le acechaba, volando astuta en el seno del abismo, y a cada vuelta estridulante de la hélice se acongojaba pensando cómo la fatalidad le alejaba del rincón de su valle, donde la mujer de sus amores padecía y lloraba, tal vez llamándole, atormentada y perseguida.... Un pesimismo desesperante le hacía escuchar ecos de naufragio y agonía, y prestando atento el oído con demente zozobra, percibía distinta y trépida una voz de desgracia que nacía en el fondo gimiente de las olas y culebreaba entre la madeja de los mástiles, hasta extinguirse como un suspiro en la sombra infinita de la noche....

Había el príncipe de Polignac puesto en sus esperanzas, y me distinguía con una familiaridad política que acaso no mereciera. En las confidencias con este grande hombre, entreveía un alma real, un espíritu dispuesto ya para la emigración y un corazón alarmado por la conciencia.

Y más aún, si cabe, le atormentó y afligió el ver á Clara esquiva, tímida como nunca, apartándose de él y no queriendo apenas hablarle, aunque mirándole á veces con involuntarias amorosas miradas, que se conocía que ella dejaba escapar á su despecho, y con las cuales, más que amor, reclamaba piedad, conmiseración y hasta perdón por su inconsecuencia de dejarle, de haber alentado sus esperanzas, y de matarlas ahora entrando en el claustro.

Ni les salieron fallidas sus esperanzas, porque en todo el viaje se hallaron provistos de montería y de pesca con tal providencia, que en las mayores angustias era más abundante y de mejor cualidad el socorro.

El otro punto, que era como cimiento o piedra angular sobre la cual levantaba doña Beatriz el alcázar de sus esperanzas ambiciosas, era la hermosura, el garbo y la distinción de su hermana Inesita.

¡Ay! decía doña Andrea , una vez que un amigo, de la casa le hablaba con esperanzas del porvenir del hijo.