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Actualizado: 23 de octubre de 2025


La rabia, la indignación, los celos, el orgullo lastimado, la ansiedad, el terror y el dolor físico se esforzaban en vano por arrancar una queja, un suspiro, de aquella boca tan cerrada y apretada como el sepulcro. Pepe Vera la vio.

La perfecta sumisión de aquellas almas femeninas a sus directores, la benevolencia y la ternura con que éstos se esforzaban en conducirlas por el sendero de la virtud, prestaban a la tertulia un carácter suave, inocente y piadoso que no se hallará seguramente en las exclusivamente seglares.

La fábrica de tabacos se estremeció con indignación en sus cimientos, a pesar de que, como es público y notorio, son tan profundos que llegan hasta América. Todo el entusiasmo que hemos procurado bosquejar sin haberlo conseguido, se manifestaba una noche a la puerta del teatro, en un grupo de jóvenes que se esforzaban en comunicárselo a dos extranjeros recién venidos.

Es, sin embargo, más verosímil que los cantores ambulantes se esforzaban solos en impresionar á su auditorio con sus narraciones, acompañándolas con animados gestos, y variando el tono y las modulaciones de la voz cuando llegaban los diálogos.

En el segundo estaban afiliados la mayor parte de los generales, jefes y oficiales venezolanos, mas todos los extranjeros que subsistian al servicio de la Colombia y los deudos y amigos de Bolívar, que se esforzaban en sostener la integridad de la república creada por la union de Venezuela, Quito y la Nueva-Granada. Esta era precisamente la division intentada por los de la faccion contraria.

Estaba ya en el redondel el tercer toro y duraba aún la ovación a Gallardo, como si el público no hubiese salido de su asombro, como si todo lo que pudiera ocurrir en el resto de la corrida careciese de valor. Los otros toreros, pálidos de envidia profesional, se esforzaban por atraerse la atención del público.

Pocos días bastaron para que los Molínez y el doctor simpatizaran: entre los atractivos personales de éste y el agradable trato de aquéllos, que se esforzaban en atraerle y agasajarle en beneficio de la enferma, pronto se hicieron amigos.

Pero quedaba lo difícil: el peligro de tropezar con las rondas volantes que no habían participado del soborno y se esforzaban por cortar el paso a los defraudadores y hacer buena presa de sus cargas. Los caballistas infundían miedo porque contestaban a tiros al ¡quién vive!, y eran los indefensos mochileros los que sufrían toda la persecución.

Animación mundana reinaba en el frugal desayuno, y aunque las monjas se esforzaban por mantener un orden cuartelesco, no lo podían conseguir. «Ese plato es el mío. Dame mi servilleta... Te digo que es la mía... ¡Vaya! ¡Ay, San Antonio, qué duro está el pan!... Este que es de la boda de San Isidro. ¡A callar! Algunas tenían un apetito voraz; se habrían comido triple ración, si se la dieran.

Algunas mesas estaban libres, y los pasajeros esforzaban su memoria para recordar a los que se habían quedado en Río Janeiro. En otras se agrupaban los brasileños recién embarcados. Iban a Montevideo, y allí transbordarían a los vapores fluviales que, siguiendo el Paraná y el Paraguay, llegaban, tras veinticinco días de viaje, al corazón de su país.

Palabra del Dia

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