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Dicho esto, muy avergonzada, pero muy satisfecha, Lucía subió á brincos la escalera, y dejó al Comendador no menos contento que ella iba. Cuando supo Clara que Lucía y el Comendador habían decidido casarse, se alegró en extremo.

El ruido del aire que no se percibía abajo, aumentaba a medida que subíamos, rugía como un trueno en la escalera espiral y hacía temblar encima de nosotros las paredes de cristal de la linterna.

Las de Relimpio le preguntaron que dónde iba. «Voy en busca de mi tía» repuso ella. Y bajando la escalera decía para : «He tenido que mentir.

Por un corredor que hace pensar en cosas grandes, se va a la escalera que lleva al balcón del monumento: se alzan los ojos: y se ve, llena de luz de sol, una sala de hierro en que podrían moverse a la vez dos mil caballos, en que podrían dormir treinta mil hombres. ¡Y toda está cubierta de máquinas, que dan vueltas, que aplastan, que silban, que echan luz, que atraviesan el aire calladas, que corren temblando por debajo de la tierra!

Apenas queda sola la mujer de Guzmán, se presenta el Rey en busca del Infante, y pronuncia algunas palabras que afligen sobremanera á tan leal señora; apodérase entonces de una lámpara, y, sin faltarle al respeto, enseña la puerta á su ilustre huésped, alumbrándole desde la escalera. Esta escena es excelente.

Al subir la escalera de Palacio latióle el corazón y tembláronle las piernas, porque vio a dos lacayos que cuchicheaban entre , mirándola a ella.

Y bajó en seguida la escalera, como si le llevaran los demonios. Pero don Simón oyó la amenaza y tembló; no de miedo a la muerte, sino de horror a la palabra ¡estúpido! con que le bautizaba aquel hombre, el mismo que tantas veces había ponderado su talento. ¿Cuándo le había dicho la verdad?

Al reinado de los reyes católicos D. Fernando y Doña Isabel corresponden la escalera de la habitacion régia, su entrada, los salones artesonados y demás dependencias.

Gente de paz, contestó el padre. La moza, que reconoció la voz, tiró del cordel desde un balcón del piso principal que daba al patio. Con este cordel se abría la puerta sin bajar la escalera.

Los tres bajamos juntos la escalera, y al pasar por el hermoso y espacioso patio que conduce a la calle de la Grange-Bateliere, el desconocido saludó al empleado en aquella portería. Aguijoneado, entonces, por la curiosidad, acerqueme a aquel hombre y le interrogué: ¿Conoce usted a ese joven que acaba de marcharse?