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Actualizado: 12 de junio de 2025


Recordaba entonces la costumbre de un doctor ortodoxo, insigne filósofo persa contemporáneo, mencionada en un libro reciente escrito sobre aquel país; costumbre que consistía en castigar con duras palabras a los discípulos y oyentes cuando se reían de las lecciones o no las entendían; y, si esto no bastaba, descender de la cátedra sable en mano y dar a todos una paliza.

Todo ello poco tentador, sin duda; pero los caballos entendían ver eso, y uno tras otro siguieron el alambrado a la derecha. Dos minutos después pasaban: un árbol, seco en pie por el fuego, había caído sobre los hilos.

Porque pasábamos de docena y media los comensales, entre propios y extraños. No entendían el rumbo de otro modo las mujeres que lo habían manipulado; y así me expliqué yo perfectamente sus afanes y desvelos, y las gentes y las cosas que habían movido y removido en la casa, en el lugar y fuera de él, de tres días a aquellas horas.

Es verdad que la mayor parte no se entendían, y que danzaban por allí nombres tan raros, que sólo el demonio de Amparo podía leerlos de corrido; mas no le hace: lo que es bonito, era muy bonito aquello. Y bien se colegía que la sustancia del discurso era a favor del pueblo y contra los tiranos, de suerte que lo demás se tomaba por adorno y delicado floreo.

Facundo deja de fingirse federal como lo entendían los hombres de las ciudades; es el enemigo de todos los que llevan frac, es el elemento bárbaro que se presenta en toda su desnudez, y es preciso hacerlo sentir a los ilusos que se cuentan aún entre sus partidarios.

Vetusta era de ellos: la soledad del verano parecía darles posesión del pueblo; hablaban en el pórtico de la catedral mucho tiempo para despedirse, sin miedo de ser vistos; como si aquella soledad de la iglesia se extendiera a todo el pueblo. Anita encontraba la vida de Vetusta más tolerable que en invierno. En este particular no se entendían ella y su marido.

El concepto que del padre tenían en Villafría no se prestaba tampoco a que sobre el punto de que hablamos se levantasen caramillos. Los más, como no le hallaban divertido y como casi no le entendían, le tenían poco menos que olvidado, aunque si alguna vez se acordaban de él era para considerarle como un santo, fastidioso, valetudinario y nada ameno.

Almudena ponía toda su alma en su voz, y con la lengua hablaban todos los pliegues movibles de su cara, y hasta los pelos de su barba negra. Todo era signos, jeroglífico descifrable, oriental escritura que los oyentes entendían sin saber por qué.

Señora doña María replicó Amaranta con la voz tan temblorosa, a causa de la cólera, que apenas se entendían sus palabras no vino mi hija seducida por lord Gray. Vino acompañada por él o por otro, que esto no hace al caso, y movida de propia inspiración y deseo.

Palabra del Dia

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