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Actualizado: 18 de junio de 2025
Esta nueva versión del drama de Ouchy excitó enormemente la curiosidad pública, y mayor fue aún el interés cuando se supo que, por más que sobre la cabeza del Príncipe pesara la pena de muerte, una voluntad soberana, impresionada por la conversión del rebelde y del descreído, había conmutado esa sentencia por la relegación perpetua en Siberia.
Esto me recuerda una de la mayores humillaciones de mi vida, un día en que mi pobre tía me sorprendió encaramada en una silla delante de la chimenea del comedor, con la nariz pegada al tremó, que tenía reflejos verdes, para verme más de cerca. Mi tía se indignó enormemente y me llevó, toda temblorosa, hasta la sacristía, donde estaba usted escribiendo en un gran librote.
Tales censuras que llegaron pronto a sus oídos y que no tardó tampoco en ver estampadas en la prensa le mortificaron enormemente, le pusieron de un humor endiablado. No necesitaba de este pequeño tropiezo para vivir malhumorado. La vida para él era un continuo tropiezo. Donde los demás veían el camino raso y cómodo, él encontraba una carrera de obstáculos.
Pero una rivalidad instintiva amargaba frecuentemente las relaciones de las dos multimillonarias. La princesa estaba segura de que su fortuna era enormemente superior. Cuando doña Mercedes hablaba de la plata mejicana, la Lubimoff aludía al platino de Rusia. «¡Y qué vale la plata comparada con el platino!» Para acabar de aplastarla, hacía la historia de su familia.
Pero luego se cortaba este retorno al viejo mundo, y el reflujo humano traía nuevos cultivadores á sus tierras. Muchos que había dejado en Europa doce años antes enormemente ricos, estaban ahora pobres ó habían desaparecido. En cambio, él, que sólo era entonces un aspirante á la fortuna, un colonizador de incierto porvenir, se sentía como abrumado por la exageración de su prosperidad.
Le miraba, pálida, con los ojos enormemente agrandados, unos ojos que parecían devorarle con su admiración. Ven, pobrecito mío... Ven aquí, soldadito dulce... Te debo algo. Y volviendo su espalda á la doncella, le invitó á doblar una esquina inmediata.
En el silencio de su dormitorio, lejos de los hombres, influenciado por la misteriosa soledad de las altas horas nocturnas, que hacen perder sus contornos á las cosas y á las ideas, se consideró enormemente engrandecido. No; su mundo no había cambiado tanto como él creía. La prueba era que estaba allí, limpiando unas armas para un duelo.
Tres saleros a guisa de centro de mesa campeaban en medio del mantel, los cubiertos estaban colocados con descuido, las botellas en fila una tras otra, mientras que el único botellón del agua hallábase colocado de tal modo que cada comensal tenía seguramente que dislocarse para alcanzarlo, puesto que la mesa era enormemente ancha.
Su absoluto desconocimiento del mundo visible hace resaltar más aquellas grandiosas cualidades... se nos presentan solas, admirablemente sencillas, con todo el candor y el encanto de las grandes creaciones de la Naturaleza, donde no ha entrado el arte de los hombres. En él todo es idealismo, un idealismo grandioso, enormemente bello.
Palabra del Dia
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