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Y ni yo la tenía ni sabía quiénes eran. Comenzó el marido a quererse informar del parentesco por menudo. Yo, porque no me cogiese en mentira, hice que me salía de enojado, votando y jurando. Tuviéronme, diciendo que no se tratase más de ello. Yo, de rato en rato, salía muy al descuido con decir: ¡Joan de Madrid! ¡Burlando es la probanza que yo tengo suya!

La conversación duró un poco más en este tono. Desconcertado por mi laconismo y el interés con que con la mayor impertinencia del mundo, seguía yo las evoluciones de una mosca que se paseaba por un brazo de mi poltrona, levantose el barón, algo cortado y abrevió la visita. Acompañole mi tío hasta la puerta del jardín, y volvió enojado en busca mía. Esto no puede continuar así, Reina.

Pero esta calma era precursora de la tempestad. Una mañana, díjole monseñor: El Rey está muy enojado contra ti; ignoro por qué causa. Creo adivinarla repuso el joven. Pues yo no quiero saberla. Su Majestad, no obstante, te perdona; pero exige que dentro de dos días ingreses en el Seminario. ¿Yo, tío?... El Rey lo ordena, y contra él, en todo caso, tendrías que protestar.

El cual Con Tici Viracocha, dicen haber salido otra vez ántes de aquella, y que en esta vez primera que salió, hizo el cielo y la tierra, y que todo lo dejó escuro; y que entónces hizo aquella gente que habia en el tiempo de la escuridad ya dicha; y que esta gente le hizo cierto deservicio á este Viracocha, y como della estuviese enojado, tornó esta vez postrera y salió como ántes habia hecho, y á aquella gente primera y á su Señor, en castigo del enojo que le hicieron, hízolos que se tornasen piedra luego.

Cada rey tenía en el Olimpo sus parientes, y era hijo, o sobrino, o nieto de un dios, que bajaba del cielo a protegerlo o a castigarlo, según le llevara a los sacerdotes de su templo muchos regalos o pocos; y el sacerdote decía que el dios estaba enojado cuando el regalo era pobre, o que estaba contento, cuando le habían regalado mucha miel y muchas ovejas.

No estés enfurruñado conmigo dijo Juanita, tuteándole por primera vez . Yo estaba celosa de doña Agustina y enojada contra ti con tan poca razón como estás ahora enojado; yo quería darte picón. Soy leal. Confieso mi culpa y me arrepiento de ella. Es cierto; provoqué a don Andrés sin reflexionar lo que hacía. Perdónamelo. Me besó por sorpresa, pero lo rechacé con furia.

Con semejante nueva se conmovió todo el pueblo, y al mismo punto se encendió en rabia y furor contra cualquiera que maquinase algo en daño de la religión; pero no el Mapono, que argumentando é infiriendo cuán grande hombre y mayor que sus dioses debía ser aquél á quien sus dioses temían, les respondió con voz y ademán de enojado: «Si este forastero es vuestro enemigo ¿porqué vosotros le dejáis el paso franco? ¿Por qué no le echáis del mundo, ó á lo menos tan lejos de aquí, que no se ponga á riesgo vuestra reputación? ¿Es este vuestro poder?

Este paso fué la gota que hizo rebosar el coraje de Velázquez, demasiado tiempo comprimido. Volvióse hacia ella y con gesto desabrido le preguntó: ¿Qué se le ha perdido á usted aquí, niña? Era costumbre fatal del guapo tratarla de usted cuando estaba enojado, para hacer más ostensible su desdén.

Los reyes magos reducidos a dos; de la pareja de civiles, un número; la mula del pesebre, ausente; los borregos, pastores y zagalas, en cuadro; el caserío de Belén, medio derribado para arrancar algunas fincas, y ¡oh cosa inverosímil! San José permanecía junto a su divino hijo, mas la Virgen había desaparecido. ¡¡Pepito!! ¿Qué ha pasado aquí? gritó enojado el abuelo.