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Actualizado: 9 de octubre de 2025


D. Jeremías no podía estarse quieto mientras relataba tales infamias. Se sentaba, se alzaba, paseaba, manoteaba, chillando al mismo tiempo como un energúmeno. Timoteo sentía correr por sus venas un estremecimiento dulcísimo. A la agitación y cólera que reflejaba el rostro del presbítero oponía su semblante una placidez verdaderamente paradisíaca.

Algunos pajaritos acuáticos de poca importancia salieron de una de las orillas y pasaron volando sobre las falúas, lo cual fue causa para que don Serapio, en un rapto de entusiasmo marítimo, se pusiese en pie sobre la popa y agarrado al palo de la bandera entonase como un energúmeno la canción que empieza: Al ver en la inmensa llanura del mar Las aves marinas con rumbo hacia acá, siguiendo envidioso su vuelo fugaz, etcétera.

Esta fuerza era el dios de don Policarpo. Por él se jactaba de estar poseído y de ser energúmeno. Para hacer milagros por su medio y en su nombre no tenía don Policarpo vara de virtudes; pero, en cambio, tenía una recia, puntiaguda y larguísima uña en el dedo meñique de la mano derecha, la cual uña le servía de ordinario como mondadientes.

Hay que salir de aquí gritó Bernardino, como un energúmeno. Ya debía haberlo usted hecho contestó Casilda. Gregoria, demudada, metiendo las manos por los ojos de la hermana, exclamó: ¡Nos iremos, , y no hemos de vernos jamás, jamás y jamás!

Al oír esto Carlos, que tenía un año más que Enrique, se puso hecho un energúmeno, diciendo que si le enredaban otra vez con sus mapas, iba a hacer una en las narices de su hermano y su primo que fuese sonada; pero aquél le tranquilizó en seguida, manifestándole por lo bajo que no habían andado con su rompe-cabezas, sino con los frascos de Eulalia: no sólo se sosegó, sino que tuvo una verdadera satisfacción, porque para odiar a Eulalia estaban todos de acuerdo en la casa, menos su padre y su madre.

No me parecías allí virtuoso penitente, ministro del Altísimo, sino energúmeno o criatura poseída de un enjambre de demonios. Así cuidaba Tiburcio de consolar a Morsamor, no probando que era dichoso, sino tratando de probar que otros habían sido más desdichados.

Poquísimas tragedias hay buenas: unas son idylios en coloquios bien escritos y bien versificados; otras disertaciones de política que infunden sueño, ó amplificaciones que cansan; otras desatinos de un energúmeno en estilo bárbaro, razones cortadas, apóstrofes interminables á los Dioses no sabiendo que decir á los hombres, falsas máxîmas, y lugares comunes hinchados.

Y nada de peticiones ordenadas ni de aumentos de jornal, ni de limosnas. ¡Fuera los cataplasmeros! A cada cual lo que le corresponde, y al que se oponga, ¡dinamita... roño! ¡dinamita! Aresti se alejó para que no le viese aquel energúmeno, que parecía enardecido por la sangre de la reciente lucha.

Lo descompuesto y sin arte del ataque ponía en su poder a Pedro Carvallo; pero Morsamor, por eso mismo, consideraba más odioso dar sangriento término a la lucha con aquel energúmeno, ciego por el rencor y la soberbia. La lucha, no obstante, se iba prolongando demasiado.

Por de fuera, serenidad, impasibilidad; en lo más secreto, ardor inextinguible. El filósofo es un energúmeno conservado entre hielo. Porque el hielo es el gran conservador, así para las pasiones como para las cosas comestibles, que en cuanto se las saca al aire y a la luz se ponen rancias, manidas. El filósofo vive todos los dramas; jamás es espectador.

Palabra del Dia

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