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Actualizado: 6 de junio de 2025


Acertó un día Chinto a volver unas miajas más tarde de lo acostumbrado, y acercose a la cama de la tullida para vaciar sus faltriqueras, donde danzaban los cuartos de la colecta diaria. Encontrábase allí Amparo, y le dio al punto en la nariz un desusado tufillo.

Encontrábase entonces la camarera mayor en el dormitorio de la reina, buscando con una bujía que había tomado del oratorio, por todas partes; su vista estaba maquinalmente fija en el voluminoso lecho, y una idea siniestra, una tradición obscura, que reposaba como otras tantas en el seno del alcázar, vino á herir su imaginación.

Y todos apuramos de un sorbo su contenido. Sandy estaba beodo. Bajo una mata de azalea encontrábase en el suelo, tendido, casi en la misma actitud en que había caído hacía algunas horas. El tiempo transcurrido desde que se tendió allí no lo sabía ni le importaba, y cuánto tiempo continuaría allí tendido era para él cosa que igualmente le tenía sin cuidado.

Bajó a los Campos Elíseos, mascando un cigarro apagado, viéndolo todo color de fuego. Veinte minutos después entraba al Círculo y encontrábase allí con algunos de los convidados de la mañana; entre otros a los señores de Monthélin y Hermany. Encerrose con ellos en un saloncito reservado.

La tía creía encontrarlo muy claro; pero Judit se negaba a comprenderlo. Cuando dieron las once de la noche, encontrábase ya dispuesta la cena más exquisita y delicada, preparada por los cuidados de la señora Bonnivet. En cuanto a Judit, nada escuchaba ni veía; limitábase a esperar. ¡Esperar! ¡Todas las facultades de su alma se concentraban o resumían en esta idea!...

Cuando llegó la semana siguiente, encontrábase Arturo en alta mar, y a los veinte días desembarcó en Africa. Figuró entre los primeros en el asalto del fuerte del Emperador, y cayó herido junto a su intrépido amigo el señor de Bourmont, a quien aquella victoria costó la vida.

Abandonada, sola y pobremente vestida, encontrábase con su marido y la otra, radiante de sedas y pedrería. Imaginose a propia, muriendo tísica a causa de sus pesares, pero bella aún en su ruina y fascinando con sus postreras miradas al director de El Alud y al coronel Roberto, que la contemplaban con efusiva pasión... ¿Mas, dónde estaba, en tanto, el coronel Roberto? ¿Por qué no venía?

Y póngase cualquiera en su situación, en aquella situación anormal, aflictiva, deshonrosa, interesados el corazón y la vanidad, todo herido, todo magullado en su alma; encontrábase de repente solo en el mundo, porque todo lo que constituía su familia era ficticio: su mujer no era su mujer, su hija no era su hija, su sobrino no era su sobrino.

El estudio desordenado y ansioso sólo servía para anular su voluntad. Pasaba la existencia enterándose de lo que miles de seres pensaron a través de los siglos, y cuando las necesidades de la vida le impulsaban a la acción, encontrábase desarmado, sin fuerzas para seguir su camino.

Encontrábase en la calle, por ejemplo, con Trifón Cármenes, el poeta de más alientos de Vetusta, el eterno vencedor en las justas incruentas, de la gaya ciencia; le llamaba con un dedo, acercaba su corva nariz a la ancha oreja del vate y decíale: He visto aquello.... No está mal; pero no hay que olvidar lo de versate manu. ¡Los clásicos, Trifoncillo, los clásicos sobre todo! ¿Dónde hay sencillez como aquella: Yo he visto un pajarillo posarse en un tomillo?

Palabra del Dia

lanterna

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