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Actualizado: 3 de junio de 2025


Con respuesta tan animosa se amilanaron los Sibacás, y no queriendo exponerse á la fortuna de una batalla en que podían llevar la peor parte, dieron todos la vuelta. Quería el Mapono, ya que no se había logrado el designio de coger al Padre entre sus garras, desfogar á lo menos su rabia con la santa cruz que allí estaba enarbolada, y blandiendo la macana la quiso derribar.

El coche del general estaba en la puerta, reclinado el lacayo contra el quicio, tieso el cochero en el pescante con la fusta enarbolada.

En castigo de no haber encontrado graciosa la broma, no te suelto. Bueno, pues confieso que tiene mucha gracia. Eso ya es otra cosa... Si te sometes te dejo..., pero con precauciones. Marta, en cuanto se vio libre, corrió con la escoba enarbolada detrás de él, aunque sin lograr alcanzarle; por lo cual dio la vuelta y siguió barriendo el comedor. Aun no se había arreglado.

Jamás Viena corriendo hacia el Práter, Berlín hacia el Linden, París hacia el Bosque, habían presentado espectáculo tan original y pintoresco como el que ofrecía a la puesta del sol aquella inmensa avalancha de trenes lujosísimos, la mayor parte descubiertos, atestados de mujeres de todos tipos, de todas edades, con trajes de colores vivos, mantillas blancas o negras, peinetas de teja y flores en la cabeza, en el pecho, en las manos, en los asientos y portezuelas de los coches, en las frontaleras de los caballos y en las libreas de los cocheros, confundiéndose, sin atropellarse, en aquella baraúnda ordenadísima, carruajes, caballos, jinetes, arneses, prendidos, libreas, cocheros con la fusta enarbolada, lacayos con los brazos cruzados, retintines de bocados y crujidos de látigos, efluvios de primavera y perfumes de tocador, olor a búcaro de la tierra recién regada, y fragancia de lilas, azucenas y violetas; envuelto todo como en una gasa en un polvillo fino y brillante, iluminado todo con golpes de luz bellísimos por los reflejos del sol poniente, que penetraba por entre las copas de los árboles, haciendo brotar resplandores de incendio en la plata de los arneses, los botones de las libreas y el herraje de los coches.

Sin sentir manar la sangre corrió en busca del palo; pero antes de llegar, ya se le interpuso la Pimentosa con una silla enarbolada en ambas manos. El gigante tomó otra silla. Se detuvieron un momento mirándose cara a cara; echándose mutuamente su ardiente resuello y cruzando los rayos de sus ojos llenos de ira. De repente la giganta soltó el mueble; había tenido una idea feliz, salvadora.

Palabra del Dia

consolándole

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