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Actualizado: 10 de junio de 2025
Nada mas majestuoso en su género que esas montañas empinadas casi verticalmente sobre el lago, cubiertas de bosques seculares y sombríos, con algunas praderas naturales en las estrechas faldas, salpicadas de numerosísimos chalets ó casas de pastores que de léjos parecen microscópicas moradas de animales alpestres.
Donde quiera las ondas del lago se sacuden oprimidas por la cintura de montañas, desnudas, ásperas y medrosas abajo, verdes en el centro, majestuosas en todas sus formas, y empinadas hasta dividirse en soberbios picos y cúpulas disformes, por encima de los cuales se ven reverberar los lejanos nevados de Unterwalden y Urí. Gersau, como he dicho, es una curiosidad histórica.
En breve el valle se va estrechando entre empinadas y ásperas montañas de salvaje aspecto, donde descuellan cien picos abruptos entre bosques magníficos de abetos, y el viajero contempla con arrebato sucesivamente los soberbios nevados de la Jungfrau , del Monch, el Eiger y el Wetterhorn.
Figurémonos que la filosofía, augusta y soberana emperatriz de las ciencias, mora en espléndido alcázar, cuyas salas y estrados son magníficos y cuyas elegantes cúpulas y empinadas torres se diría que llegan al cielo y se bañan en luz más pura y radiente que la de este sol que de ordinario nos alumbra.
De tarde en tarde, pasos en el pavimento de estas calles morunas y ventanas que se entreabren con la ávida curiosidad de un suceso extraordinario; unos soldados que suben lentamente hacia el castillo por las empinadas cuestas; los señores canónigos que bajan del coro, con el pecho de la sotana brillante de grasa y el sombrero de teja y el manteo de color de ala de mosca, míseros prebendados de una catedral olvidada, pobre y sin obispo.
Era tal entonces la generosidad de aquel suelo, que las palmas enanas, que hoy suelen cubrirle y que apenas sirven para más que para hacer escobas y esportillas, se alzaban a grande altura, mientras que las crestas más empinadas de los montes, calvas ahora, se veían cubiertas de una verde diadema de abetos, de pinos y de cipreses.
De trecho en trecho, al voltear los recodos de la via, veíamos algunos pobres pueblecitos, trepados en caprichosos anfiteatros sobre las faldas empinadas, á la vera del camino, ó sobre los relieves abruptos de las rocas que dominan las angosturas.
Al pasar de este ambiente de bodega húmeda al jardín, amarillo de sol, recibía como un puñetazo atmosférico el disparo del mediodía. ¡La hora del almuerzo!... ¡Y seguramente Freya no iba á almorzar en el hotel! Por la tarde, sus pasos le llevaban instintivamente hacia las calles empinadas del barrio de Chiaia. Todos los edificios viejos y de aspecto señorial atraían su atención.
Cuatro veces dieron lugar las botas para ser empinadas; pero la quinta no fue posible, porque ya estaban más enjutas y secas que un esparto, cosa que puso mustia la alegría que hasta allí habían mostrado. De cuando en cuando, juntaba alguno su mano derecha con la de Sancho, y decía: -Español y tudesqui, tuto uno: bon compaño. Y Sancho respondía: Bon compaño, jura Di!
Yo creia vivir en Colombia, respirar su aire vigoroso, contemplar su cielo espléndido, calentarme con su fuego, ó levantarme sobre sus cordilleras empinadas, devorar sus frutas deliciosas y embriagarme con los perfumes de ese mundo de luz, de fuerza y majestad natural que habia dejado del otro lado del Océano.
Palabra del Dia
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