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Actualizado: 17 de junio de 2025
Empezaban á retirarse los parroquianos más trasnochadores del boliche, cuando llegó Robledo ante la casa ocupada por Elena. Subió con pasos quedos la escalinata, llamando discretamente á la puerta después de unos instantes de vacilación. La puerta se abrió al poco rato, asomando á ella Sebastiana, sorprendida por este llamamiento cuando iba á acostarse.
Empezaban á producir sus terrenos, frutos para mantenerse; los indios cada dia se iban domesticando y aficionándose á los nuestros, de modo que con fundados motivos podia esperarse la reduccion dentro de pocos años de estos idólatras al gremio de nuestra Santa Fé; y por este medio, que tuviera el Rey nuevas poblaciones de estos naturales, sirviendo el ejemplo de unos para sus convecinos á tan santo fin.
Los que empezaban á volver la cabeza atraídos por el estrépito de la puerta no continuaron su movimiento; los que estaban enfrente permanecieron con los ojos fijos en el que entraba: unos ojos agrandados por la sorpresa, como si no pudiesen creer lo que veían. El gramófono calló repentinamente.
Al ver la indignación de aquella infeliz gente robada y vejada, al ver las mujeres que acudían frenéticas y rabiosas pidiéndonos que vengáramos a sus inocentes hijos, degollados sin piedad en la cuna, comprendí las crueldades de que por su parte empezaban a ser víctimas los franceses cuando se rezagaban.
Cerca ya del anochecer, y cuando empezaban a volver en sí los extasiados personajes, propuso doña Juana que se adquiriesen algunas docenas de aquel número de El Ariete, y que se inundaran con ellas el distrito de su padre y la capital de la provincia; proposición que fué aceptada con entusiasmo, por lo cual pasó el resto de la noche la apreciable familia empaquetando periódicos y escribiendo tantos sobres cuantas personas notables de su país recordaba.
Gastaba, sí, pero con pulso y medida, y sus placeres dejaban de serlo cuando empezaban a exigirle algo de disipación. En tales casos era cuando la virtud le mostraba su rostro apacible y seductor. Tenía cierto respeto ingénito al bolsillo, y si podía comprar una cosa con dos pesetas, no era él seguramente quien daba tres.
Y su beso era igual al de la espía, un beso absorbente que tiraba de toda su persona, haciéndole despertar... Al abrir los ojos, veía á Freya abrazada á él y con la boca junto á la suya. ¡Levántate, mi lobo marino!... Ya es de noche. Vamos á comer. Fuera de la casa, Ulises aspiraba el viento del crepúsculo, mirando las primeras estrellas que empezaban á brillar sobre los tejados.
Unos vivían aislados y sencillos, sin vestidos y sin necesidades, como pueblos acabados de nacer; y empezaban a pintar sus figuras extrañas en las rocas de la orilla de los ríos, donde es más solo el bosque, y el hombre piensa más en las maravillas del mundo.
Luego desechó las dudas que empezaban á enturbiar su gozo, sintiéndose fortalecido por un orgullo varonil.
Como se encontraban entonces en la vertiente occidental del Donon, empezaban a distinguir, por el otro lado, en lo alto del cielo, el fuego de los alemanes que venían por el Grosmann. No se veía mas que los fogonazos, y algunos minutos después se oía la detonación retumbar en los abismos.
Palabra del Dia
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