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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Era don Pedro de los que juzgan muy importantes y dignas de comentarse sus propias acciones y mutaciones achaque propio de egoístas y han menester tener siempre cerca de sí algún inferior o subordinado a quien referirlas, para que les atribuya también valor extraordinario. Agradaba la plática a Julián.
Sintió vergüenza; su personalidad parecía haberse desdoblado: se contempló á si mismo con ojos de juez. ¿Qué hacía allí el llamado Julio Desnoyers, hombre seductor é inútil, atormentando con su presencia á una pobre mujer, queriendo desviarla de su noble arrepentimiento, insistiendo en sus egoístas y pequeños deseos, cuando la humanidad entera pensaba en otras cosas?... Su cobardía le irritó.
Se lanza sobre su cinturón, se sujeta las medias y se pone sus zapatitos murmurando injurias dirigidas contra las personas egoístas, que pierden la noción del tiempo.
No se renuncia porque en un pueblo haya millares de hombres candorosos que toman el bien por el mal; egoístas que sacan de él su provecho; indiferentes que lo ven sin interesarse; tímidos que no se atreven a combatirlo; corrompidos, en fin, que conociéndolo se entregan a él por inclinación al mal, por depravación; siempre ha habido en los pueblos todo esto, y nunca el mal ha triunfado definitivamente.
Sólo podía admitir esta proposición como una broma. ¿Y sus negocios?... ¿Qué iba a hacer él en Berlín?... Nélida se sintió ofendida por la extrañeza que mostraba su amante. No me quieres, bien lo veo. Todos los hombres sois lo mismo. Muchas promesas, y luego retrocedéis ante el sacrificio más pequeño... ¡Egoístas!
Detenidos éstos en la mencionada capa social, sólo de ella pueden los escritores esperar hoy el galardón que apetecen. Lo malo es que las gentes que forman esta capa social son, a mi ver, poco a propósito para el fallo. Egoístas en grado sumo, se dejan arrastrar de la pasión o del interés del momento.
Miranda cubría las formas sociales exhortando a Pilar a «cuidarse» y «no hacer tonterías», todo ello dicho con el calor ficticio que muestran los egoístas cuando se trata de la salud ajena.
Todos los que viven del arte son egoístas, con egoísmo implacable y feroz. Yo mismo, viendo pasar un entierro, me he olvidado del muerto para pensar: «Ese que va ahí me conocía tal vez...» Y, como Sara, he comprendido que la desaparición de aquella vida mermaba un poco mi pequeña popularidad.
No pude menos de ruborizarme al oír estas palabras que estaban tan en el tono de mis ideas, y me apresuré a distraer la atención de Genoveva, que empezaba a pesarme un poco. Nuestros estudios adelantan mucho, ¿verdad? dije con una flexibilidad de tono digna de Francisca. Sí respondió la de Ribert, y estoy muy satisfecha al ver que los hombres no son tan egoístas como yo temía.
¡La quiero a usté con toa mi arma! repitió doña Sol, remedando su acento y su ademán . ¿Y qué hay con eso?... ¡Ay, estos hombres egoístas, que se ven aplaudidos por las gentes y se figuran que todo ha sido creado para ellos!... «Te quiero con toda mi alma, y esto basta para que tengas que amarme también...» Pues no, señor. Yo no le quiero a usted, Gallardo. Es usted un amigo, y nada más.
Palabra del Dia
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