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Actualizado: 11 de junio de 2025
Y así fué cómo lentamente sorprendí el secreto de su naturaleza; su clara frente que el cabello descubre, tan clara y despejada, luego me contó la rectitud de su pensar; su sonrisa, de una nobleza tan intelectual, fácilmente me reveló su desdén hacia lo mundano y lo efímero y su incansable aspiración hacia un vivir de verdad y de belleza; cada gracia de sus movimientos me tradujo una delicadeza de su gusto; y en sus ojos diferencié lo que en ellos tan adorablemente se confunde, luz de razón, calor de corazón, la luz que mejor calienta la lumbre que más ilumina... La certeza de tantas perfecciones bastaba ya para hacer doblar, en una adoración perpetua, las rodillas más rebeldes.
El Universo, a juzgar por Vetusta y sus contornos, más que un sueño efímero, parecía una pesadilla larga, llena de imágenes sucias y pegajosas. El Padre Goberna, que sabía dar color local a sus oraciones, no decía en Vetusta que no somos más que un poco de polvo, sino un poco de barro. ¿Polvo en Vetusta? Dios lo diera. El mal tiempo se llevó la resignación tranquila, perezosa de Anita Ozores.
Este mundo efímero, que sólo podía durar diez o doce días, ofrecería los mismos incidentes de un mundo que durase siglos. Los diez días iban a representar en la vida de muchos tanto como diez años. Alguien había saltado al buque en las últimas escalas. No era la esperanza sin cabeza y con alas la única intrusa.
Rudo combate y grandísima pena me costó lanzar de mi pensamiento la imagen de la mujer, que con tan contrarios aspectos se me mostraba y que del efímero enlace o de la mentida concordia, producida por la atracción irresistible que nos lleva hacia ella, hacía brotar discordias sin término y dualidad irreducible, como si hubiese dos eternos creadores y conservadores del mundo y no uno solo.
Pero esto no colmaba su deseo, no satisfacía su amor propio, sería un placer efímero y una venganza... ¡y además era casi imposible! Pocas veces se había atrevido a visitar a la Regenta, que no le recibía si no estaba don Víctor en casa.
Pero don Álvaro aprovechaba aquel intervalo de luz y calor, que no por efímero le agradaba menos; no era él de los que medían la felicidad por la duración; es más, no creía en la felicidad, concepto metafísico según él, creía en el placer que no se mide por el tiempo.
Mucho más variable aún el proteo de las aguas, el alción, toma todo género de formas y de colores, haciendo el papel de planta, de fruta; despliégase en forma de abanico, se convierte en seto lleno de matorrales ó en graciosa cestita. Mas, todo ésto es fugitivo, efímero, de vida tan tímida que desaparece al menor movimiento, y nada queda: en un instante ha vuelto todo al seno de la madre común.
Esto viene en apoyo de mi tesis, en la cual no afirmo que en literatura no haya modas, sino que no debe haber modas en literatura y que los verdaderos literatos, cuando quieran escribir obras durables y no contentarse con un aplauso efímero, y cuando quieran emplear el verdadero arte exquisito y profundo, no descubierto recientemente en Rusia, sino conocido ya en Grecia, desde los tiempos de Homero, deben prescindir de la moda y dejarse llevar de la propia y natural inspiración de la que nace, sin buscarlo ni pretenderlo, cuanto hay de original, de peregrino y de nuevo.
Ahí tiene usted explicado lo efímero del imperio de Maximiliano. Luego, pasando a la cuestión religiosa, decía sereno y reposado: Amigo, amigo don Crisanto: entiendo que la Iglesia no patrocina ni monarquías ni repúblicas. Para ella, cualquiera forma de gobierno es buena... ¡cuándo es buena! Poco le importa que el jefe de un Estado se llame rey o presidente o emperador.
El modesto lecho fluvial, de donde el agua ha desaparecido, es aún tal cual lo trazó el torrente efímero, y revela tanto mejor las leyes de su formación, por cuanto ni un pequeño charco de agua se halla en su curso.
Palabra del Dia
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