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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Pues aquí me tiene usted con mi parejita, eso es, en justa venganza. Sólo Edelmira río la gracia, que tenía para ella novedad. Pasaron todos al salón donde estaban los demás convidados.
Todos hablaban; Paco quería también secularizar a las monjas; Joaquinito Orgaz comenzó a decir chistes flamencos que hacían mucha gracia a la Marquesa y a Edelmira. Visitación llegó a levantarse de la mesa para azotar con el abanico abierto a los que manifestaban ideas poco ortodoxas.
Paco no se atrevía a pisar a su prima nueva, pero la tenía encantada con sus bromas de señorito fino, que vivió y la corrió en Madrid. Además ¡olía tan bien el primo y a cosas tan frescas y al mismo tiempo tan delicadas y elegantes! Allá, en su pueblo Edelmira había pensado mucho en el Marquesito, a quien había visto dos o tres veces siendo ella muy niña y él un adolescente.
¡A bailar, a bailar! gritaron Paco, Edelmira, Obdulia y Ronzal. Para Trabuco era el paraíso aquel baile que él llamó clandestino, allí, entre los mejores, lejos del vulgo de la clase media.... Se entreabrió la puerta para oír mejor la música, se separó la mesa hacia un rincón, y apretándose unas a otras las parejas, sin poder moverse del sitio que tomaban, se empezó aquel baile improvisado.
Ya se sabía que al Vivero no se iba a otra cosa. Visitación, Obdulia y Edelmira también, eran las que conocían mejor los lugares más escondidos, dónde había puertas de escape, y todo lo que exigían aquellos juegos infantiles a que se entregaban, sin pensar en los muchos años que tenían varias de aquellas personas tan alegres. A don Víctor se le recibió en triunfo; triunfo burlesco.
Ahora le veía como nuevo y superaba en mucho a sus sueños e imaginaciones; era más guapo, más sonrosado, más alegre y más gordo. El Marquesito vestía aquella tarde un traje de alpaca fina, de color de garbanzo, chaleco del mismo color de piqué y calzaba unas babuchas de verano que Edelmira consideraba el colmo de la elegancia, aunque parecía cosa de turcos.
¡Bravo! ¡bravo! gritaron Paco y Edelmira, que también se sentían muy jóvenes; y obligaron a don Víctor a chocar las copas.
¡El café en el cenador! ordenó la Marquesa. La había encontrado en un armario de la alcoba de su hermana Emma. Allí iba a dormir Edelmira. Salieron todos a la huerta, que era grande, rodeada, como el parque de los Ozores, de árboles altos y de espesa copa, que ocultaban al vecindario gran parte del recinto. Don Víctor, Paco y Edelmira corrían por los senderos allá lejos entre los árboles.
¡No los he visto!... Yo suelo visitar a nuestras relaciones y tú las conoces, Lorenzo, sin encontrar jamás, así: ¡jamás! nada que no sea un «poker armado» o una acalorada discusión, entre damas y caballeros, sobre el costo del sombrero de fulanita; ¡pero, hombre! sin ir más lejos: la otra noche fui a lo de Méndez, ¿sabes? a lo de misia Edelmira, porque era día de recibir.
Ahora ya a nada.... Jugábamos al cachipote, pero Paco y Edelmira están allá en la esquina del otro frente disputando sobre quién tiene más fuerza, si ella o él.... Ven, ven, verás qué puños los de Edelmira.
Palabra del Dia
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