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Al cabo llegó Páez a ser el más ferviente partidario de la religión de sus mayores. «Indudablemente, decía, la Metrópoli debe ser religiosa». Y se hizo religioso; daba todo el dinero que se le pedía para el culto, y si muchas veces al disparatar lo hacía en menoscabo del dogma, siempre estaba dispuesto a retractarse y a cambiar aquel dislate por otro inofensivo.

Ya reproduciendo las Sagradas Escrituras; ya exponiendo en las ceremonias del culto los símbolos del dogma cristiano; ya ostentando pompa y solemne aparato en el servicio divino; ya, en fin, en sus fiestas y suntuosas procesiones, excitaba natural y vivamente á los habitantes de este país meridional, é inflamaba enérgicamente su fantasía.

En casi todos los asuntos que en la mesa se trataban, manifestábase claramente el desdén que la mayor parte de las cosas y personas inspiraba a aquella privilegiada familia, y el íntimo convencimiento que todos profesaban de su indiscutible superioridad. Esta superioridad era el dogma de la casa.

Para las personas de bien afirmada fe y claro sentido, sean clérigos, sean seglares, huelgan estas obligaciones disciplinarias; lo esencial es el dogma. La Iglesia es intransigente en materia de ideas y tolerante en materia de acciones: sólo el pensamiento peca.

Vamos al otro ejemplo de que hablé; al ejemplo de dogma. Bastará decir en este punto que la Francia ha corrido el espacio que media entre proclamar: NO HAY DIOS, hasta celebrar misa en un altar cristiano, que está precisamente sobre las cenizas y la estátua de Voltaire.

Como no se tocara a la entereza del dogma, don Antonio escuchaba sin enfado las más licenciosas parlerías y aún gustaba de poner en aprieto a los religiosos y de azuzar contra ellos a los chocarreros de la academia. Era harto aficionado a los perfumes y hacíalos componer, según fórmulas exquisitas, por las monjas de Santa Ana.

Ya dudaba de ellos; ya casi no creía en ellos. ¡Ay de aquel dogma que es contaminado de la duda! En seguida se daña y muere, y para en ser ludibrio de quien antes lo adoraba. Y aun suponiendo que su dogma fuera verdadero, ¿qué podía obtener de su insistencia? Nada, porque las leyes todas se habían conjurado contra ella, y la condenarían y la encerrarían en un presidio.

La sociedad francesa, merced á su educacion materialista, apénas cree otra cosa que en los goces materiales, que son como si dijéramos su dogma. Como el dinero sea el objeto del culto, la sociedad francesa, y en especial la de Paris, es presa del lucro, de la ganancia fácil, inmediata, sea ó no moral.