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Actualizado: 16 de mayo de 2025
No tuvo tiempo más que para echarse hacia atrás y llevar una mano a la cara. Quedóle la duda de si la habían reconocido. Raimundo, a costa de grandes esfuerzos, había conseguido dominarse, pero sólo a medias. Clementina hacía lo posible por distraerle. Le hablaba, como una buena amiga, de asuntos indiferentes, de sus conocidos, dando por supuesto que seguiría frecuentando su casa.
Cuando vió que estaba ya sereno y en disposición de marchar, se cogió a su brazo y le dijo: Vamos. Y procuró distraerle, mientras caminaban, hablándole de una sauterie que proyectaba y a la cual le pedía con insistencia que no dejase de asistir. Y lo mismo los sábados ¿verdad? Cuidado con abandonarme.
Nada consigue distraerle de su ocupación; con su aguda mirada atraviesa el agua profunda; ve relucir como imperceptible reflejo la aleta del pez que pasa, distingue la marcha del pequeño gusanillo sobre el cieno; en ciertos estremecimientos del agua adivina al pez oculto bajo las hierbas acuáticas; interroga á la vez á las olas y los remolinos, las estrías de la corriente y las ráfagas de viento.
En efecto, D. Fadrique entró en la iglesia y se puso á buscar al poeta, á la sombra de los pilares y en los sitios donde menos se nota la presencia de alguien. Pronto le halló, detrás de un pilar y no lejos del altar mayor. Parecía D. Carlos tan embebido en sus oraciones ó en sus pensamientos, que nada del mundo exterior, salvo Clara, podía distraerle ni llamarle la atención.
A D. Pepito, que quería enseñarme el guaraní ¿cómo no había yo en pago de enseñarle un poco de lo que sabía? De aquí que, cuando él no me hablaba de su amor, y a menudo para distraerle e impedir que me hablase, solía yo darle lecciones y contarle historias.
Pero el terror de sus abuelos parecía dilatarse en su espíritu, atormentándolo, enloqueciéndolo. Amalia necesitaba luchar heroicamente para distraerle por poco tiempo de sus escrúpulos. Por eso ahora, cuando le hizo seña para que se acercase, le vio alzarse tétrico de la silla y aproximarse lentamente como si le arrastrasen.
Beber y fumar: alternando con lecturas, era su ocupación en las aburridas horas del día precursoras de los insomnios de las noches. No gustaba de que los amigos le dieran conversación. Su mejor amigo era el más discreto de todos, el silencio. Pero Zugarramurdi y Oricaín tenían un recurso para distraerle, aunque por poco tiempo.
Pensaba que lo que le ponía taciturno era lo que le había leído antes en los ojos, el pesar de haberse colocado en una falsa situación. Sin embargo, concluyó por hablar y adoptó el tono jocoso. Quería distraerle a todo trance. Padre, está usted muy pensativo. Usted tiene hambre. El sacerdote hizo un esfuerzo para sonreír. No tal.
Por dicha llevaba yo, pendiente del cuello en una cadenita de oro muy sutil, una pequeña medalla de plata, representando la Virgen de Araceli, patrona de la ciudad de Lucena. Fijó el Barón la vista en la medalla y la tomó entre sus dedos, para examinarla mejor. ¿De dónde procede esta medalla? preguntó con curiosidad tal, que parecía embargar su espíritu y distraerle de los otros objetos.
A pesar de este deseo de incomunicación, el viejo egoísta se aburría y quería que fuera gente, pero sólo a distraerle a él.
Palabra del Dia
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