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Actualizado: 22 de octubre de 2025
Por los canales andaban las canoas, tan veloces y diestras como si tuviesen entendimiento; y había tantas a veces que se podía andar sobre ellas como sobre la tierra firme. En unas venían frutas, y en otras flores, y en otras jarros y tazas, y demás cosas de la alfarería.
Con qué mas honra pueden apartarse De nuestros cuerpos estas almas nuestras Que en las Romanas armas arrojarse Y en su daño mover las fuertes diestras? En la ciudad podrá muy bien quedarse Quien gusta de cobarde dar las muestras, Que yo mi gusto pongo en quedar muerto En el cerrado foso ó campo abierto.
Y las mulas, aunque diestras, más de una vez se iban un poco del camino, como si no estuviese bastante puesto en ellas el pensamiento del cochero. Era como de seis leguas el camino, y todo él a un lado y otro de tan frondosa vegetación que no había manera de tener los ojos sino en constante regalo y movimiento.
La falsa confianza mil engaños Consigo trae: advierte lo que haces, Señor, que esa arrogancia que nos muestras, Renovará el valor en nuestras diestras; Y pues niegas la paz, que con buen zelo Te ha sido por nosotros demandada, De hoy mas la causa nuestra con el cielo Quedará por mejor calificada, Y antes que pises de Numancia el suelo, Probarás do se estiende la indignada Furia de aquel que siendote enemigo, Quiere serte vasallo y fiel amigo.
Algunas se abofetearon y arañaron mientras sus diestras oprimían el mismo billete de mil francos, desgarrándole. Volteaban los sombreros por el suelo; las cabelleras se esparcían en toda su integridad ó se desmenuzaban en una nube de bucles postizos. ¡A mí, príncipe... á mí!... Con las manos ganchudas saltaban en torno de él lo mismo que un corro de poseídas. ¿Quién quiere dinero?...
Al ver a Gallardo rompiendo con su caballo las filas de la multitud, entre sombreros tremolantes y manos tendidas, la dama extremó su sonrisa. Venga usted aquí, Cid Campeador. Deme usted la mano. Y de nuevo se estrecharon sus diestras con un apretón que duró largo rato. Por la noche, en casa del matador, fue comentado este suceso, del que se hablaba en toda la ciudad.
Cuando Pepita y yo nos damos la mano, no es ya como al principio. Ambos hacemos un esfuerzo de voluntad, y nos transmitimos, por nuestras diestras enlazadas, todas las palpitaciones del corazón. Se diría que, por arte diabólico, obramos una transfusión y mezcla de lo más sutil de nuestra sangre. Ella debe de sentir circular mi vida por sus venas, como yo siento en las mías la suya.
Y como consagración del tratado que acababan de convenir, los tres señores mojaron las diestras manos con algunas gotas de la fuente, y cada uno salpicó con ellas el césped de su dominio. Pero el buen tiempo no es duradero y los condes no conservan mucho su sonrisa y compañerismo. Peleáronse los tres amigos y estalló la guerra.
Palabra del Dia
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