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En tal momento, Hans, el cuervo, volando por encima del abismo, pasó ante la puerta lanzando un grito ronco; oyose un ruido como de granizo desprendiéndose de la maleza y apareció el loco en el terraplén con un aspecto muy hosco; dirigió una mirada hacia el hogar, y exclamó: Marcos Divès, procura mudarte pronto. Te lo advierto porque estoy cansado de este desorden.

Pero éste no era hombre que se entregaba rendido á semejantes debilidades; así es que, desprendiéndose de los brazos de su costilla, cogió entre los suyos al menor de sus hijos, mandó á los otros que le siguieran, obligó á su mujer á quedarse en casa, y salió de ella precipitadamente, cerrando detrás de la puerta de la escalera.

En los aleros y canalones habían hecho sus nidos las golondrinas, y en los altos árboles se cobijaban cornejas y lechuzas que lanzaban de noche su grito siniestro. El jardín era un jardín abandonado, con un estanque misterioso y sombrío, a cuyas orillas los chopos, desprendiéndose de sus hojas, durante años rodearon de láminas de plata.

A veces, espiando el momento supremo del ansia, cuando las fuertes pupilas del mancebo tomaban un tinte nebuloso, a la manera de las charcas en la tempestad, la morisca, desprendiéndose de sus brazos, le preguntaba: ¿Dasme también toda el alma? ¿Toda? ¿Tendrás el mesmo amor e la mesma creencia que tu Aixa, ?

Y como don Simón no tenía mucho tiempo que perder, se fué a su despacho, desprendiéndose a duras penas de su mujer, que no se cansaba de preguntarle cómos y cuándos, y se puso a escribir al encargado de su casa de comercio, ordenándole que, a vuelta de correo, le librase cuantos fondos tuviera disponibles y le dijera con qué otros podría contar y en qué fechas.

¿Y V. por qué ha hecho eso? le pregunté con la falta de delicadeza, mejor dicho, con la brutalidad de que solemos estar tan bien provistos los caballeros. Por nada repuso desprendiéndose de mi brazo repentinamente y echando a correr. La seguí y la alcancé pronto. ¡Qué polvorilla es V.! le dije echándolo a broma ¡Vaya un modo de despedirse!... Perdón si la he ofendido...

Las manos se dejaron tocar á través de los guantes con una pasividad resignada, pero de pronto resucitaron, desprendiéndose violentamente de las de Miguel, como si acabasen de recibir un profundo choque. «¡No! ¡no!» Y el príncipe tuvo la convicción de que entre los dos existía una especie de flúido repelente, algo que no había conocido hasta entonces: el miedo á su persona.

La tierra del atrio sube más alto que el peristilo de la iglesia, y ésta se hunde, se sepulta entre el terruño que lentamente va desprendiéndose del collado próximo. En una esquina del atrio, un pequeño campanario aislado sostiene el rajado esquilón; en el centro, una cruz baja, sobre tres gradas de piedra, da al cuadro un toque poético, pensativo.