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Actualizado: 18 de junio de 2025
Hace un momento me han entregado otra en caracteres de imprenta, que se expresa con más claridad: «Un amigo, que se interesa por usted, se cree en el deber de advertirle que está usted burlado por una coqueta. Al buen entendedor...» La denuncia es tan formal como cobarde. Esos bajos ataques no merecen más que desprecios y he echado al fuego los dos papeles infames...
Si te pudiera matar Otra vez, te hubiera muerto. Día de Santo Domingo Me mataste. Y ¿qué es tu intento? Advertirte que Dios manda Que fundes aquí un convento, Donde en vírgenes le pagues Lo que le hurtaste en desprecios. Clausuras honren clausuras. ¿Prométeslo? Sí, prometo. ¿Quieres otra cosa? No. Y dame agora la mano En señal del cumplimiento.
A su padre se le cae la baba con estas cosas de Maravillas, sobre todo cuando le ve echar desprecios, a su modo, sobre el viejo resabio de «las clases», tan arraigado en Villavieja; y Maravillas, en tanto, teniendo a menos decir de quién es hijo, y pegándose como una lapa a lo que aquí se tiene por aristocracia de la población, que no sabe, a la hora presente, si temerle, si admirarle o si reírse de él; porque en Villavieja ha habido siempre muy poco entusiasmo por las ideas políticas y filosóficas.
Pero, además, poseía un fondo de rectitud, un alma justiciera que mantenía viva la llama de la ofensa. Los desprecios con que Velázquez había pagado su amor tierno y desinteresado le causaban cada día mayor indignación. Había llegado á aborrecerle y lo confesaba tranquilamente con la sinceridad que la caracterizaba. No era esto, sin embargo, lo que más preocupaba á Paca.
Aunque es verdad, que los que no cursan las Escuelas y quieren pasar por sabios, aborrecen la forma sylogística, hablando mal de lo que no conocen; con todo, el que sepa la fuerza del sylogismo para descubrir la verdad, ó falsedad de las proposiciones, segun lo he mostrado tratando del raciocinio, no debe hacer caso de tales desprecios, estando asegurado, que entre los modernos bien instruidos, los que hablan con candor, están á favor de este método para las Escuelas.
En el viaje que hicieron desde Valencia a Lancia, la esposa se mostró tan fría, tan circunspecta y tan cortés al mismo tiempo, que D. Pedro no osó reclamar ninguno de sus derechos. En Lancia, ya sabemos por la voz pública, digna de creerse en este caso, lo que pasó. La negativa persistente, los desprecios infinitos con que le regaló por mucho tiempo, lejos de enfriarle, encendieron más su pasión.
Sin tener mucha imaginación, tenía la bastante para figurarse a su mujer, que no había tenido sino frialdades y desprecios para él, abandonándose en brazos de otro a los vivos transportes de la pasión, y esa imagen, desagradable para cualquier otro, lo era en supremo grado para un hombre vanidoso, altanero, y tan engreído y sanguineo como era el señor de Maurescamp.
Aunque debía de estar bien convencida de la superioridad de D. Peregrín, como hombre de mundo y erudito, no por eso dejó de seguir prodigando a don Juan las mismas señales de afecto. Al contrario, los desprecios de su hermano no sirvieron más que para que se lo manifestase más vivo que antes. Esto llenó de amargura el corazón de don Peregrín.
Y repitió con insistencia lo de «¡músico!», como si fuese la concreción de todos sus desprecios. Desnoyers, firme y sobrio en palabras, dió un desenlace al conflicto. «La romántica», abrazada á su madre, se refugió en los altos de la casa.
¿Por qué ponía Fermín aquel gesto? ¿Había dicho él algún disparate?... Pues si no le gustaba esta solución, tenía otra. María de la Luz podía irse a vivir con él. Le pondría una gran casa en la ciudad, viviría como una reina. A él le gustaba la muchacha: bastante sentía los desprecios con que le había afligido después de aquella noche. Haría cuanto supiera para que fuese feliz.
Palabra del Dia
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