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Actualizado: 6 de septiembre de 2025
Locuras balbució la abuela. Un campanillazo, un ademán de la abuela para asegurarse de que su peinado está como es debido, un dolor más fuerte en mi cabeza, y entró en el salón mi destino bajo la forma del señor Boulmet acompañado del señor Desmaroy.
De modo que estoy lucida... Después del señor Desmaroy, el señor de Baurepois... De Escila a Caribdis... ¡Qué agradable situación la de una joven casadera!... 16 de diciembre. La abuela acepta difícilmente mi negativa respecto del señor de Baurepois, dice que me porto como un chorlito y lamenta mi deplorable obstinación.
Al llegar al inmenso tapiz de Beauvais, del comedor, el señor Desmaroy deja escapar un grito del corazón: Qué error dejar dormir tanto dinero... Cuánto dinero improductivo... Si este tapiz fuese mío, qué pronto le vendería... La abuela disimula su asombro con una sonrisa que lo mismo significa adhesión que reprobación.
Adivino que el señor Desmaroy me encuentra muy a su gusto y salta a la vista que Boulmet está orgulloso de su cliente; la abuela se enorgullece ostensiblemente con una nieta tan linda. Estas tablas le dice, son modernas; están pintadas por mi nieta... Este almohadón bordado ha sido copiado por mi nieta de un modelo antiguo...
Desmaroy sostiene sus ideas y yo las mías, nos miramos otra vez, no como amigos sino como luchadores. Leo en sus ojos: Esta muchacha es demasiado absoluta... Qué cabeza... Yo la meteré en cintura... Una mujer está hecha para obedecer. Bajo los ojos y mis párpados ocultan una respuesta acerba e irritada... No, no me meterá usted en cintura, porque jamás seré su mujer...
Poco a poco, el señor Desmaroy olvida su dulzura convencional. Su mirada es la de un comisario cuando inspecciona las cosas que le enseña Boulmet, el cual, correcto en extremo, se mata por presentar a su cliente todas las antigüedades de la abuela. Esto, señor mío, es del siglo XIII... Esto del XIV... Tal cosa data del reinado de Luis XIV... Tal otra es del más puro Enrique II...
Después de todo dijo, una entrevista no compromete a nada... Como soy absolutamente de su parecer, empiezo a recobrar la libre posesión de mí misma, que me faltaba esta mañana. Está convenido que el señor Desmaroy, así se llama el pretendiente, vendrá el sábado próximo. Después de mil conferencias y reflexiones, la abuela se ha decidido por una simple entrevista en casa.
Caballero... me figuré que otras voces murmuraban en el mismo momento al señor Desmaroy, acuda usted pronto a Aiglemont... En esa peña viven en buena armonía el dote y la mujer que le esperan... Tome usted a peso el primero y sea indulgente con la segunda... ¿Qué importa ésta si aquél le agrada?...
Señora respondió Boulmet, el señor Desmaroy es un hombre de honor. ¿Qué tiene que ver el honor de un hombre con esta especie de cosas?... ¿Ignora usted, acaso, que hay hombres que se jactan de pagar sus deudas y no temen faltar a sus juramentos? El honor humano es poca garantía cuando se trata de la fe conyugal. El señor Desmaroy tiene principios religiosos, de modo que...
De prisa va el caballero... «Si fuese mío...» ¡Oh! hablar de vender el tapiz de Beauvais... La mirada del señor Desmaroy se cruza con la mía. Nuestras dos voluntades cruzan el hierro. La suya, un poco arrepentida de la reflexión que se le ha escapado; la mía bastante desdeñosa por la indiscreción cometida. Evidentemente mi antipatía se precisa.
Palabra del Dia
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