Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 23 de junio de 2025


Iba la señora Chermidy a seguir el consejo de su prima, cuando el comisionista del hotel llegó con gran alboroto a comunicarle que los señores de Villanera habían desembarcado en la isla en el mes de abril, con su médico y toda la servidumbre; que los habían llevado a la villa Dandolo, y que debía haber muerto hacía ya tiempo si es que no se encontraba mejor a estas horas.

Los huéspedes de la villa Dandolo no pensaban en regresar a sus casas. Unidos por la felicidad, como lo habían estado por la inquietud, se agrupaban alrededor de Germana, como una familia bien avenida alrededor de un niño mimado.

Por primera vez pensó con horror en la manera cómo había llegado a ser el esposo de Germana; tuvo vergüenza de la venta, se dijo que un beso obtenido por sorpresa sería algo como un crimen, y se prohibió a mismo amar a su mujer hasta el día en que estuviese seguro de ser amado por ella. Los huéspedes de la villa Dandolo no vivían en una soledad tan absoluta como se pudiera suponer.

Mientras el doctor pasaba el rato inocentemente, el conde Dandolo, el capitán Bretignières y los Vitré, comían juntos en casa del señor de Villanera. Germana tenía buen apetito; pero en cambio el pobre Gastón no comía más que con los ojos. A los postres se entabló una conversación muy interesante.

Los dos Dandolo corrían mañana y noche a la ciudad en busca de médicos que no sabían qué decir y de medicamentos que no hacían nada. Los vecinos de los alrededores estaban ansiosos; las noticias de Germana se cotizaban a todas horas en los pequeños castillos de la vecindad. De todos lados afluían los remedios caseros, las panaceas secretas que se transmiten de padres a hijos.

El conde, que hasta entonces había permanecido silencioso, preguntó al señor Dandolo: ¿Es reciente la historia de que usted habla? De ahora mismo. Ha llegado en el último correo. ¿No ha oído hablar usted de la Náyade? ¿No ha leído la muerte del comandante Chermidy?

Hubiera querido detener a todos los barcos que pasaban a la vista, para preguntarles si no llevaban carta para ella. Se informó si llegarían por la mañana, pues no se sentía con fuerzas para pasar una noche más en la espera y tenía el propósito de dirigirse inmediatamente a la villa Dandolo.

Y yo replico: del bolsillo de su mismo amo, robándole en la venta del fruto, dándolo a un precio y abonándoselo a otro, engañándole en la administración y en los arriendos, pegándosela, como usted me enseña, por activa y por pasiva... Y usted dirá.... Este modo dialogado era un recurso de la oratoria trampetil, del cual echaba mano cuando quería persuadir al auditorio.

Y yo no me enfadé, y volví, y todos los días le traía algo á la Silvia. Como usted era el que iba á la compra, no le podíamos sisar, y la infeliz no tenía una triste chambra que ponerse. Era una mártira, D. Francisco, una mártira; ¡y usted guardando el dinero y dándolo á peseta por duro al mes! Y mientre tanto, no comían más que mojama cruda con pan seco y ensalada.

al señor Mateo Mantoux, en casa del señor conde de Villanera, Villa Dandolo, en Corfú «Sin fecha. » no me conoces, y yo en cambio te conozco como si te hubiese inventado. Eres un antiguo pensionista del Gobierno en la escuela naval de Tolón; allí es donde te vi por primera vez. Más tarde te encontré en Corbeil; no era tu posición muy brillante y la policía tenía fijos los ojos en ti.

Palabra del Dia

rigoleto

Otros Mirando