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Y con la perspicacia que le caracterizaba, en seguida comprendió que se trataba de «un decaimiento físico y moral, procedente de la vida monótona de la aldea. La juventud pide lo suyo, y hay que dárselo». estás mal, Cecilia. Te veo pálida y triste. Necesitas salir de aquí y vivir con más expansión, en un medio más a propósito para los jóvenes.

Pues le diré, señora Juliana replicó Nina . Puede creerme que no ha sido desprecio; no señora, no ha sido desprecio. Es que no lo he necesitado. Tengo la comida de otra casa, con lo cual y lo que saco nos basta; y así, bien puede usted dárselo a otro pobre, y para su conciencia es lo mismo... ¿Qué quiere usted saber? ¿Que quién me da la comida? Veo que le pica la curiosidad.

Aconteció que un paje de la Nunciatura, feligrés antiguo de doña Rosalía, y muy admirador de su buen color, se atrevió á aspirar á no sabemos que honestas confianzas; picóse la dama, picóse más el paje, y al día siguiente, al traer el bonete del Nuncio para que le echaran un zurcido, en vez de dárselo á doña Rosalía se lo entregó á las dos hermanas.

Bueno, es una costumbre que hay de llamarle así.... Y mire usted que llevo un mes de porclamar en todos lados que no hay semejante marqués, que el gobierno le ha sacado el título para dárselo a otro más liberal, y que ese título de marqués quien se lo ha ofrecido es Carlos siete, para cuando venga la Inquisición y el diezmo, como usted me enseña....

Despejó el señor Anselmo la estancia, y, con más premura de lo que pudiera esperarse de sus años y achaques, aderezóse don Mateo para salir. Su esposa y su hija estaban, como de costumbre, en la iglesia. Pidió el desayuno. No puedo dárselo, señor. La señora, se ha llevado las llaves, y no hay chocolate fuera. ¡Siempre lo mismo! murmuró el anciano, no tan enojado como debiera.

Lo mismo que había vivido, haciendo frente a la desgracia, seguiría viviendo. Pero estaba la otra, la infeliz Feliciana, la mártir, que vivía tranquila con su padre el dañador, y a la que él había arrastrado fuera del hogar para que participase de su suerte. No podía abandonarla. Moribundo de hambre, se quitaría el pan de la boca para dárselo: su sangre le parecía poco para apagar su sed.

Las otras dos, más fuertes, deliberaron. ¿Quién le ponía el cascabel al gato? ¿Quién proponía a su señor padre que recibiera los Sacramentos? Se lo propuso la hija mayor, Agapita. Papá, que eres tan bueno, ¿querrías darme un disgusto, dárselo a mamá, sobre todo, que te quiere tanto... y es tan religiosa?...