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Actualizado: 2 de junio de 2025


¿Era acaso muy natural que el Conde d'Arda, después de haber llevado hasta los cuarenta y cuatro años la vida necesariamente disipada del soltero rico, sin sentir más temprano la necesidad de un afecto legítimo, se redujera permanentemente a la existencia del marido ejemplar y se contentara con el ingenuo amor de aquella jovencita? ¿Y era inadmisible, inverosímil, que la esposa enamorada, ignorante del mundo, circunscribiera todo el gozo de la vida a su nuevo estado?

Todos los diarios del mundo hablaban del drama de Ouchy y decían que solamente la última carta de la Condesa d'Arda podía aclararlo, confundiendo a los acusados si no anunciaba el inminente suicidio, o salvando a dos inocentes si contenía la confesión de este propósito extremo.

Estas eran las últimas palabras. ¿No debía completarse la frase de esta manera: «o morir para evitar el pecadoLa lectura de las memorias había demostrado al juez Ferpierre que la Condesa d'Arda se encontraba en situación de tener que pensar en la muerte como el único término de su desventura.

Con respecto a la peor de las sospechas, la de un homicidio por hurto, había recibido el juez noticias de Milán, muy desfavorables para los acusados. De las declaraciones del cajero de la casa d'Arda, resultaba que las sumas de dinero que debía tener la Condesa eran mucho mayores que las encontradas en la villa. Pero Ferpierre tuvo por autos las pruebas de que el hurto no había sido cometido.

Ferpierre acordó hacer preguntar a Milán, al contador de la casa d'Arda, si los valores encontrados en la villa Cyclamens eran exactamente los que debían existir allí, y al mismo tiempo interrogar a los criados de la villa para descubrir si alguno de ellos podía, en la confusión del primer momento, haber visto a los asesinos tomar las sumas que faltasen.

La muerte violenta de Florencia d'Arda, fuera por suicidio o por asesinato, era inexplicable sin una disidencia, sin una discordia, sin un drama: la hipótesis del acuerdo de las dos parejas era inadmisible en presencia del ensangrentado cadáver. Pocos estaban tan impuestos de la lucha íntima sostenida por la Condesa, como el mismo Ferpierre.

El Conde d'Arda, que había visto nacer a la hija de su amigo y de niña la había querido como un segundo padre, en presencia de la jovencita debía haberse sentido dominar por un sentimiento distinto, más dulce y atormentador.

Julia Pico, de cuarenta y cinco años, nacida en Bellano, en las márgenes del lago de Como, estaba en el servicio de la Condesa d'Arda desde la niñez de ésta, cuando vivía en la casa paterna en Milán. ¿Usted ha dicho que en patrona manifestó varias veces el propósito de morir? . ¿Desde cuándo? Desde hace mucho tiempo... más de un año. ¿Nunca habló usted de ese peligro al amigo de la Condesa? .

Necesario era, para sostener la teoría del asesinato de Florencia d'Arda, que en el Príncipe se hubiera efectuado ese cambio: entonces solamente podía explicarse que él la hubiera muerto, al saber que pertenecía de corazón a Vérod, o que la nihilista la hubiera muerto al saber que Zakunine volvía a amarla.

Cierto que Florencia d'Arda había consignado en el diario, esta amenaza suya: «Si me abandonas cuando ya no te ame, te lo agradeceré; si me traicionas cuando todavía te ame, te mataréPero, como el juez había demostrado a Vérod, no era verdad que la Condesa hubiera traicionado al Príncipe: si se hubiera visto amada todavía por él, habría encontrado mayores dificultades para dejarlo, y la idea de permanecer a su lado por deber, esa idea que parecía dominar en su pensamiento, habría sido reforzada por el presentimiento del dolor que le había infligido dejándolo.

Palabra del Dia

lanterna

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