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La única causa de disidencia era, pues, el P. Jacinto, en quien Lucía hallaba superior entendimiento é ilustración; mas al cabo, como buena hija que era, y á fin de contentar á su madre, declaraba que el capuchino había reunido á un sinnúmero de malos casados, que andaban campando por sus respetos y viviendo aparte engolfados en mil marimorenas, y había logrado que no pocos pecadores y pecadoras dejasen las malas compañías y peores tratos, é hiciesen vida ejemplar y penitente: de todo lo cual podía jactarse muchísimo menos el P. Jacinto; de donde infería Lucía que el capuchino era mejor director espiritual de los extraviados, y el P. Jacinto mejor director de los que estaban en el buen sendero ó dentro del aprisco.
Muy pronto se establecieron diferentes sectas: belarminianos y antibelarminianos; entre los belarminianos había disidencia: unos sostenían que Belarmino estaba loco, y otros que cuerdo; los partidarios de la cordura divergían en estimar si el lenguaje belarminiano era o no descifrable; por último, los que se inclinaban por la presunta inteligibilidad de los discursos de Belarmino, disentían en lo tocante al fondo de dichos discursos: quiénes afirmaban que, una vez vertidos al castellano, resultarían curiosos e interesantes; quiénes que, de seguro, se trataba de boberías sin interés, y que lo único curioso era la forma de expresión.
La muerte violenta de Florencia d'Arda, fuera por suicidio o por asesinato, era inexplicable sin una disidencia, sin una discordia, sin un drama: la hipótesis del acuerdo de las dos parejas era inadmisible en presencia del ensangrentado cadáver. Pocos estaban tan impuestos de la lucha íntima sostenida por la Condesa, como el mismo Ferpierre.
Palabra del Dia
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