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Esta afición, recién nacida, cundió extraordinariamente; los ingleses asieron de ella; los franceses no la despreciaron, y todo hombre de alguna celebridad fue puesto a contribución: el valor, por consiguiente, de un álbum, puede ser considerable; una pincelada de Goya, un capricho de David, o de Vernet, un trozo de Chateaubriand, o de lord Byron, la firma de Napoleón, todo esto puede llegar a hacer de un álbum un mayorazgo para una familia.

Esta palabra el entusiasmo inflama, Prende en los corazones noble llama, Que como chispa eléctrica cundió: Y cual hierve entre escollos la marea, Hirvió entre las cabezas una idea Que dió vida á la gran revolucion.

Al abrirse aquél, volvió a combatirle, desbordada, la prensa de oposición; probó, sin gran dificultad, que semejante operación era el síntoma más evidente de la bancarrota que amenazaba; cundió la desconfianza, y del primer tirón bajó el papel diez por ciento. ¿Cómo había de colocarse el resto?

El miedo cundió por las islas, el cual bien pronto fué acompañado del supersticioso terror que produjo en los naturales la vista de un caballo que se había desembarcado del navío San Antonio, por disposición de su Almirante Monfort, el cual prestó hombres y recursos á la obra de la conquista.

Con la esperanza del vencer perdida No hay quien no atienda con ligero paso, Si no á la honra, á conservar la vida. Desde las altas cumbres de Parnaso De un salto uno se puso en Guadarrama, Nuevo, no visto, y verdadero caso. Y al mismo paso la parlera fama Cundió del vencimiento la alta nueva, Desde el claro Caistro hasta Jarama.

Casi á mediados del siglo XVI, la secta de los alumbrados, de la que fueron fundadores dos sacerdotes, Chamizo y Alvarez, en unión de otros varios presbíteros más, apareció en Sevilla, siendo su propagación rapidísima; y como quiera que la Inquisición anduvo algo tardía en intervenir en el asunto, cundió de tal modo, que beatas, frailes, clérigos y personas relacionadas con el elemento eclesiástico, se infestaron á cientos de la doctrina.

Inmediatamente cundió por el comedor el olor fétido de la carne de cisne... Los curiosos se llevaron los pañuelos a las narices, al menos, aquellos que tenían pañuelos... Juanillo ensayó cortar un alón con el trinchante, inútilmente: la negra carne parecía madera... El capataz se adelantó entonces ofreciéndole su facón, que, recién afilado, cortaba como navaja de afeitar... Con él, a costa de penosos esfuerzos, consiguió Juanillo servirse una ración que apenas cabía en el plato...

Mutatis mutandis, puede decirse que el hijo de Salomé pensaba como el campanero de marras, proponiéndose honrar con crímenes la memoria de su madre. Gozaba Lima de aparente tranquilidad, pues ya se empezaba a sentir en la atmósfera olor a chamusquina revolucionaria, cuando de pronto cundió grave alarma, y a fe que había sobrado motivo para ella.

Cuando cundió el regocijo y se aumentó la animación de todos, Juanita los formó en círculo, asidos de las manos, y se puso a cantar con mucha gracia y con muy afinada y buena voz, aunque no había estudiado música, el célebre cantar del conde de Cabra: Yo no quiero al conde de Cabra, conde Cabra, ¡triste de !, que a quien quiero solamente, solamente es, ¡ay!, a ti.

El ejemplo dado por los nobles cundió y casi todos los regimientos perdieron sus oficiales. Necesitaban grande firmeza de carácter para resistir aquella epidemia que tomó el nombre de honor. Mi padre tuvo esta firmeza y no emigró. Solamente cuando se exigió a los oficiales del ejército un juramento que rechazaba su conciencia de servidores del rey, presentó su dimisión.