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Al oír estas palabras, la hermana y los sobrinos del general respiraron con holgura, como si se les hubiera quitado una piedra de sobre el corazón. Su temor de que nuestro cronista hubiese sido oído por el inflexible veterano, carecía de fundamento, y Rafael preguntó con los tonos más sonoros de su voz: ¿Pues qué ha hecho ese gran anfibio? ¿Lo que ha hecho? contestó el general . Voy a decírtelo.

Pero ¿es posible? exclaman . ¿Cómo tienen ustedes esta alameda así, sin un grande hombre ni nada? ¿Un grande hombre? . Un grande hombre. Un hijo ilustre de la provincia. Los provincianos no se acuerdan de ninguno. Fíjense ustedes bien. No faltará por ahí un filántropo, un héroe, un cronista local, aunque sea un ex ministro.

Don Eugenio era, sin darse cuenta, el cronista de cuantas modificaciones y adelantos había experimentado aquella plaza, en la que nació a la vida del comercio y debía desarrollarse toda su existencia.

Como complemento de este trabajíllo séanos lícito transcribir el interesante artículo publicado en el Boletín de Acción Social n.º 38, 15 de Septiembre de 1909 que podrá ser aprovechado el día de mañana por algún curioso cronista sevillano: Primer Sindicato en Sevilla.

Páez, Cronista de S. M., la relación que D. Alvaro de Sande había dado á S. M. acerca de la jornada de Berbería, con anotaciones suyas .

Si el cronista Oviedo, el de la «Natural Historia de las Indias», había escrito de los americanos las falsedades que los que tenían las encomiendas le mandaban poner, le decía a Oviedo mentiroso, aunque le estuviera el rey pagando por escribir las mentiras.

La novedad del día, saliendo del Club Social, cayó como una bomba entre la «selecta y numerosa concurrencia». Los admiradores y cortejantes de Coca recibieron general rechifla... Entre ellos sobresalían dos periodistas: Publio Esperoni, secretario de redacción de La Mañana, y Jacinto Luque, cronista de El Correo de las Niñas.

¿Y ya existían Zalacaín entonces? No sólo existían, sino que eran nobles. Oye, oye dijo Tellagorri dando un codazo a Martín, que se distraía. ¿Quieren ustedes que lea lo que dice el cronista? , . Bueno. Pues dice así: «Título: De cómo murió Martín López de Zalacaín, en el año de gracia de mil cuatrocientos y doce

Pero no es cuento, lectores míos, sino muy auténtico, lo que sucedió, y así se lo dirá a ustedes el primer cronista que hojeen. Aquel día las campanas clamorearon como nunca; y por fin, después de otras imponentes ceremonias de rito, el ilustrísimo señor arzobispo fulminó excomunión mayor contra el ladrón de la estaca. Pero ni por ésas.

El erudito cronista de Felipe II que vivió algunos años en el monasterio de S. Gerónimo de la Sierra, obcecado con el error vulgar no vió lo que saltaba á la vista, esto es, que los fragmentos de arquitectura decorativa de mármol, piedra y barro, que se hallaban diseminados por la dehesa de Córdoba la vieja, eran de la misma casta que la ornamentacion del Mihrab de la mezquita mayor . Otro anticuario mas perspicaz en estas materias trató de corregir la falsa opinion, y este convenció á otros de que aquellos despojos pertenecian á alguna suntuosa fábrica de sarracenos . Nada se adelantó sin embargo; las antigüedades árabes tenian poco que esperar de la tendencia que tomaban á la sazon los estudios arqueológicos.