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Mi finado el doctor, que tenía muchos libros, hablaba de todas estas cosas pasadas cuando le ponderaban el crecimiento de Buenos Aires. «Mi finado el doctor» era su marido, al que designaba por antonomasia con este título.

Empezaron a despojarse de su follaje los árboles; enfriose el aire al compás del solemne y tristísimo crecimiento de las noches; soplaron céfiros asesinos, precursores de aguaceros y tormentas; los remolinos de hojas secas corrían por el suelo húmedo murmurando tristezas, y sobre todo derramaron llanto sin fin las nubes pardas, en tal manera que no parecía sino que en la superficie de la tierra había algo que debía ser para siempre borrado.

Había ya pasado el período del crecimiento, esa iniciación de la adolescencia, en la cual las facciones se remueven antes de adquirir su definitiva forma y los miembros se prolongan y adelgazan. Ya no era la muchacha zanquilarga, con movimientos de pilluela que parecían querer arrojar lejos las faldas.

Alternativamente psicólogo y pintor, su inspiración irá del sujeto al objeto, y viceversa, ora alambicando la germinación y crecimiento de nuestra vida sentimental, ora estudiando las impresiones que el mundo exterior determina en los individuos, y las reacciones amables ó perversas que en éstos produce, según su educación y temperamento.

Por él pasaba aquella cultura joven y vigorosa, de rápido y asombroso crecimiento, que vencía apenas acababa de nacer: una civilización creada por el entusiasmo religioso del Profeta, que se había asimilado lo mejor del judaismo y la cultura bizantina, llevando además consigo la gran tradición india, los restos de la Persia y mucho de la misteriosa China.

Era alto, enjuto, desgarbadote y algo cargado de espaldas; la barba espesa y crespa se le comía gran parte del rostro, dándole un aspecto terrorífico de bandido de melodrama; pero no era más que un antifaz, pues examinándolo bien, bajo la máscara de pelo veíase la cara sonrosada e inocente de un ruño, la mirada tímida y la sonrisa bondadosa de esos seres detenidos en la mitad de su crecimiento moral, que aunque mueran viejos son débiles y blandos, faltos de voluntad, incapaces de vivir sin el calor que presta el cariño.

Ha crecido durante millares de siglos, ha decrecido, durante igual tiempo, y en sus hiladas se suceden sin término todos los fenómenos de crecimiento y decrecimiento, de formación y destrucción, que se verifican en la tierra en proporción mayor. La historia de la montaña es la del planeta; destrucción incesante, inacabable renovación. Cada roca resume un periodo geológico.

Quiero, pues, que nuestro rápido crecimiento marque sus grados en esas suntuosas columnatas, y que los arcos que lleven la incorruptible techumbre se levanten sobre otros arcos inferiores. »Espanto y lágrimas producirá en los Cristianos la amenaza de esa creciente marejada; pero los que se conviertan verán en esos arcos el iris de la paz y de la bonanza.

Pero los pueblos fuertes y rapaces se reían de sus consejos cuando los consideraban perjudiciales para su egoísmo, y en cambio los exhibían como obras maestras siempre que eran favorables á sus intereses. Por su parte, los pueblos adolescentes, ganosos de crecimiento, cuando tenían un vecino débil olvidaban á la Sociedad de las Naciones, apelando al eterno recurso de las armas.

Por otra parte, nunca habían tenido la costumbre de las grandes expansiones; por consiguiente, nada parecía cambiado entre ellos; tocó sonriéndose la mano que él le tendió a su llegada, y la salud de su querido Roberto, su buen aspecto, su crecimiento rápido, diéronle un asunto fácil de conversación, que allanó todas las dificultades.