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Pero Bonis, el bobalicón de Bonis, ¿se había atrevido, sin su permiso... y saliendo de casa a deshora por lo visto, y?... no, lo que es esto, es claro que había de pagarlo, es claro, fuese verdad o no; eso era harina de otro costal, y no había alma superior que valiera; Bonis no era alma superior, y tenía que salirle al pellejo la picardía... y eso que tenía gracia.

Dios te guíe, Sancho, y te gobierne en tu gobierno, y a me saque del escrúpulo que me queda que has de dar con toda la ínsula patas arriba, cosa que pudiera yo escusar con descubrir al duque quién eres, diciéndole que toda esa gordura y esa personilla que tienes no es otra cosa que un costal lleno de refranes y de malicias.

Pero ¿dónde están los barcos? preguntó Nieves. ¿Qué barcos, hija? Los del puerto. No veo ninguno. Eso es harina de otro costal... ¿No recuerdas lo que, a este propósito, te leí en Sevilla, de la carta de don Claudio? Es verdad: que no hay más que un vapor... cuando le hay. Pues ahora no está.

No es que me lo figuro, don Modesto decía la instigadora , es una realidad; para no verlo era preciso no tener ojos en la cara. Don Federico quiere a Marisalada y a esta no le parece el doctor costal de paja.

Echose a reír el bárbaro, diciendo que él no tenía miedo a los cóleras ni a muertes de ninguna clase. Después hablaron de lo que motivó la visita de Gracián. Tengo aviso de Cataluña de la remisión de un encargo que me interesa mucho dijo este sacando una carta . Me dicen que recoja el bulto.... porque es un costal como de media fanega, Sr. López... en la posada del Dragón.

Diego Mardones, anciano piadoso, caritativo y austero, infatigable en el trabajo á pesar de sus muchos años, y cuya avanzada edad significó el rey D. Felipe III en la carta que escribió al cabildo diciéndole: ahí os envío los huesos del obispo Mardones, muy ageno de pensar que aquel costal de huesos habia de sobrevivirle mas de tres años á él jóven y robusto.

-Cuando yo se la iba a dar -respondió Sancho-, ella estaba en la fuga del meneo de una buena parte de trigo que tenía en la criba, y díjome: ''Poned, amigo, esa carta sobre aquel costal, que no la puedo leer hasta que acabe de acribar todo lo que aquí está''. ¡Discreta señora! -dijo don Quijote-. Eso debió de ser por leerla despacio y recrearse con ella.

Desemblantado y confuso, contestó Salvador: No me querría.... ¿Cómo que no? Deja a un lado la modestia, hombre; no eres «costal de paja»; un mozo de carrera y de fortuna, de tu reputación y de tu prestigio; ¡pues ahí es nada!

Pep hablaba de llevar a su hijo otra vez al Seminario, pero el muchacho dudaba de esta amenaza. No iría aunque su padre cumpliera la promesa de llevarlo atado como un costal a lomos de un asno: huiría antes a la montaña o al islote del Vedrá, para vivir con las cabras salvajes.

No era uno masa, no era vulgo. Con tan honrosa credencial, estaba yo autorizado para saludar en el paseo á las señoritas más encopetadas, para tomar sorbete en el salón principal del Suizo, para codearme con los hombres elegantes, y, sobre todo, para entrar sin obstáculo en los círculos cuyas puertas se cerraban, por razón de lustre, á la inmensa mayoría de mis conciudadanos. ¿Era esto costal de paja?