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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Felipe II solía decir: «El tiempo y yo para otros dos»; Cristeta, se contentó con murmurar: «Haré lo que pueda.» Capítulo XII Siguen, Cristeta enamorada, don Quintín echándose a perder, y don Juan sin sospechar la que le espera Cuando, pasados algunos días, se convenció Cristeta de que don Juan no se acordaba de ella para escribirle cuatro líneas, su tristeza rayó en melancolía.
El millonario, ante la sonrisa de Aresti y la indecisión de las palabras del joven, se convenció de que éste mentía. Sanabre siguió hablando. No olvidaba la bondad con que le había distinguido su jefe: sentía alejarse de su lado, pero estaba resuelto á la separación y tardaría en irse lo que tardase en encargarse de los altos hornos otro ingeniero. Mientras tanto, allí estaría á sus órdenes.
Así presumirán ellos que, sin crueldad, van despejando de razas inferiores la superficie de nuestro planeta para que se extienda por toda ella, crezca y se multiplique la raza superior a que pertenecen. La extraña teoría de Tiburcio no convenció a Damián de Goes, pero le hizo reír; y si no la halló verdadera, la halló chistosa.
Algo alarmado, parose pensando en el aguardiente que había escondido prudentemente. Esto no suena a aguardiente dijo el jugador. Sin embargo, hasta que a través del temporal vio la fogata y en torno de ella el grupo, no se convenció de que todo ello era una broma de buen género.
No se crea que he querido hacer un homenaje á una persona, que acaso no leerá jamas estas páginas. El rápido estudio que pude hacer del pueblo español me convenció de que Orense era un tipo de doble carácter; y los hombres típicos son precisamente los mejores rasgos de la fisonomía de una sociedad. No era extraño que yo llegase á Madrid agradablemente impresionado. Aspecto general.
El erudito cronista de Felipe II que vivió algunos años en el monasterio de S. Gerónimo de la Sierra, obcecado con el error vulgar no vió lo que saltaba á la vista, esto es, que los fragmentos de arquitectura decorativa de mármol, piedra y barro, que se hallaban diseminados por la dehesa de Córdoba la vieja, eran de la misma casta que la ornamentacion del Mihrab de la mezquita mayor . Otro anticuario mas perspicaz en estas materias trató de corregir la falsa opinion, y este convenció á otros de que aquellos despojos pertenecian á alguna suntuosa fábrica de sarracenos . Nada se adelantó sin embargo; las antigüedades árabes tenian poco que esperar de la tendencia que tomaban á la sazon los estudios arqueológicos.
Ella también se sintió dominada por la tristeza de la situación, a la cual ayudaba la del paisaje, y tuvo la delicadeza de no desplegar los labios. De vez en cuando volvía la cabeza para cerciorarse de si podían ser vistos desde la carretera. Cuando se convenció de que estaban bastante lejos se detuvo. ¿Para qué andar más?... ¿No te parece buen sitio? Raimundo se detuvo también y no respondió.
La vista del oro provocó miradas de entusiasmo y codicia; pero esta impresión fué breve. Los ojos acabaron por contemplar con indiferencia el redondel amarillo. Don Marcelo se convenció de que el milagroso fetiche había perdido su poder.
La ilustre cuna de la dama, su fama de virtuosa y su intenso amor de viuda con deseos atrasados, le cautivaron en tal grado, que también esta vez imaginó hallarse en vías de sincero apasionamiento. Pronto se convenció de que su entusiasmo era mero resultado del contraste que formaban los picantes atractivos de la chalequera con el exquisito libertinaje de la gran señora.
Algunas damas encontradas en sus viajes contribuían, sin saberlo, á aumentar su preocupación: Usted, que es americana, ¿ha visto alguna vez personalmente á Lionel Gould?... Una noche, Mina se convenció de que su acompañante era una vieja estúpida.
Palabra del Dia
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