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Lo más importante era el grupo de objetos que colgaba en el lugar de la ausente cruz: un elefante de marfil adquirido por el conde en la India, una moneda auténtica del emperador Constantino encontrada en unas excavaciones en la Anatolia, y un falo de oro con un resorte engendrador de viles contorsiones. La mala suerte quedaba vencida.

"De Homero a Constantino la ciudad antigua es una agrupación de hombres libres que tiene por objeto la conquista y la explotación de otros hombres libres", dice Taine.

Cloro es entonces proclamado César con este mismo nombre de Constantino. Después comienzan las hostilidades entre Magencio y Constantino, anunciándose á éste, ya inclinado á la fe cristiana, que vencerá en la contienda con el estandarte de la Cruz; cúmplese la profecía, y Constantino, agradecido, hace voto de ir en peregrinación á Palestina para buscar la Santa Cruz.

Así escriben los árabes el nombre de Carlomagno. Irene, emperatriz de Constantinopla, célebre por su belleza y por sus nobles esfuerzos en favor de la Iglesia maltratada por los iconoclastas, ó destructores de imágenes, era viuda de Constantino Copronimo desde el año 780, y decíase que habia brindado con su mano á Carlomagno con el objeto de unir los dos imperios de Oriente y Occidente, y salvar de este modo á la cristiandad, amenazada por el creciente poderío de los Mahometanos.

»Los bárbaros de las regiones del hielo se estremecen de placer en sus pellizas esperando que un pontífice romano ponga en la diestra de Károloh el globo de Constantino; pero las hermosas hijas del Yemen celebran con las zambras y cantares de sus alméas las victorias de los hijos de Ismael, que por la virtud del Koran se abren las puertas del Oriente y del Occidente.

Creíase poco menos que papisa y se hubiera atrevido a excomulgar a cualquiera provisionalmente, segura de que el Papa sancionaría su excomunión; trataba de potencia a potencia al Obispo, y Ripamilán, que no la podía ver porque era un marimacho, según él, la llamaba el Gran Constantino, aludiendo al Emperador que protegió a la Iglesia. «Piensa la buena señora que por haber sabido conservar con decoro las tocas de la viudez y por levantar edificios para obras pías es una santa y poco menos que el Metropolitano». Tenía razón el Arcipreste; doña Petronila no pensaba más que en su protección al culto católico y opinaba que los demás debían pasarse la vida alabando su munificencia y su castidad de viuda.

Visitaba pocas casas y muchas huertas; sus grandes conocimientos y práctica hábil en arboricultura y floricultura, le hacían árbitro de todos los parques y jardines del pueblo; conocía hoja por hoja la huerta del marqués de Corujedo, había plantado árboles en la de Vegallana, visitaba de tarde en tarde el jardín inglés de doña Petronila; pero ni conocía de vista al Gran Constantino, al obispo madre, ni había entrado jamás en el gabinete de doña Rufina, ni tenía con el marqués de Corujedo más trato que el del Casino.

Licinio ha muerto por mandato de Constantino, en castigo de una persecución á los cristianos que ha promovido, y se acuerda poner el cadáver en presencia de las tres cruces, porque será la verdadera la que lo resucite. Se hace la prueba, y apenas toca á Licinio el santo símbolo, recobra el muerto la vida, y las primeras palabras que pronuncia declaran la divinidad de Jesucristo.

Pero el núcleo quedaba: era el grupo numeroso y considerable de beatas ilustres que rodeaban al Gran Constantino, a doña Petronila. Durante los meses del calor disminuían bastante las limosnas, pero se hablaba mucho en las cofradías, preparando las fiestas de Otoño y de Invierno; y además, se murmuraba un poco de las ausentes.

Más allá se extienden los estados de Alemania, el gran Imperio Romano, las tribus de los paganos Hunos y Lituanos y por último la ciudad de Constantino y el dominio de los odiados hijos de Mahoma. Bien, Roger. ¿Y más allá? Jerusalén, la Tierra Santa y el caudaloso río que tuvo sus fuentes en el paraíso terrenal.