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Pasaba horas enteras sentada en una butaca, sin llorar siquiera, al parecer tranquila, pero en realidad presa de una desesperación que agitaba su cuerpo con estremecimientos nerviosos y hería su imaginación con ideas tristísimas. En vano le decían que era hermosa, rica y, lo que vale más, joven; que por fuerza, si no a consolarse y olvidar, llegaría a resignarse.

¡Ay Isidora! ¿Qué significó ese susurro de carcajadas que sentiste dentro de ti?... ¿Era que empezaba a comprender la posibilidad de consolarse sin renunciar a sus ideas? ¡Oh, no! Antes morir que abandonar sus sagrados derechos. «¡Las leyes! pensó . ¿Para qué son las leyes?». Esta idea le infundió algún contento.

Medio sorprendida y medio violentada, en un instante de debilidad y de ceguera, casi sin conciencia y sin brío para resistir, Lully se rinde y se entrega a un hombre perverso y audaz que no la merece. Aun después de esta caída Lully procura consolarse con un ideal, ya que no nuevo, renovado.

Al cabo logró consolarse á medias por la consideración de que nadie había presenciado su derrota y Paca seguramente no daría cuenta de ella. Mas cuando averiguó que Soledad estaba en casa y cuando ésta le confesó, después de muchas instancias, que lo había oído todo, se le encendió el alma de vergüenza y furor. Tuvo fuerzas, no obstante, para disimular.

Salvo una ruin satisfacción de amor propio; ¿qué ventaja he sacado, ni para ni para mis semejantes, de mis triunfos guerreros? Así discurría Morsamor con profunda tristeza. Luego, para consolarse, imaginaba tener una misión y cumplir con ella. Se creía factor poderoso en el engrandecimiento de su patria.

Alfonso V de Aragón, el único rey marino de España, empleaba años después el resto de su existencia en expediciones contra Génova. Sus principios eran desgraciados. Ulises se acordó de su padrino Labarta al oír cómo este amigo del pasado hablaba del combate naval de la isla de Ponza. Aún no había llegado á consolarse de una derrota ocurrida en 1435.

En esto le vino al pensamiento cómo le haría, y fue que rasgó una gran tira de las faldas de la camisa, que andaban colgando, y diole once ñudos, el uno más gordo que los demás, y esto le sirvió de rosario el tiempo que allí estuvo, donde rezó un millón de avemarías. Y lo que le fatigaba mucho era no hallar por allí otro ermitaño que le confesase y con quien consolarse.

Por consolarse decia para esta enamorada Babilonia: Menester es que tenga este hombre atestada la cabeza de negocios, pues aun en el lance de gozar de su amor piensa en ellos.

Morsamor se resignó porque no había otro remedio; mas para consolarse hizo preguntas menos trascendentes.

Cada uno de ellos continuó el ruso lleva debajo de la espalda un depósito de patadas recibidas, y desea consolarse dándolas á su vez á los infelices que coloca la guerra bajo su dominación. Este pueblo de «señores», como él mismo se llama, aspira á serlo... pero fuera de su casa. Dentro de ella, es el que menos conoce la dignidad humana.