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No si pensar que ha muerto de vergüenza, de celos, de despecho, de tristeza, de amor contrariado. ¡Singular patología! No, no sabemos nada... sólo sabemos cosas triviales. ¡Oh!, ¡qué médicos! Nosotros no sabemos nada. Conocemos algo de la superficie. ¿Esto qué es? Parece una meningitis fulminante. ¿Y qué es eso? Cualquier cosa.... ¡La muerte!

Le venían ganas atroces de gritar a los oradores: «¡Burros, pollinoscomo acostumbraba a hacer en el Saloncillo, o de fulminar contra ellos uno de esos sarcasmos feroces que levantan roncha. «Aquellas payasadas» le habían revuelto la bilis. No era milagro. Ya conocemos la gran virtud de segregación que el hígado del ex marino poseía.

Siendo cosa evidente a todos los que los conocemos que el franquearles la libertad sería lo mismo que si a cada individuo lo colocasen en un desierto sin ninguna compañía, y allí tuviese que proporcionarse por solo todos los socorros necesarios a la vida, que sería lo mismo que ponerlo a perecer.

Además, no conocemos la esencia del cuerpo, tampoco la del espíritu; ¿y nos arrogaremos el derecho de afirmar que no existe nada en el universo que no sea uno de estos extremos cuya naturaleza nos es desconocida? Convengo en que no hay medio entre lo simple y lo compuesto; y que cuanto existe es uno ú otro; pero en que todo lo compuesto sea cuerpo, ni todo lo simple espíritu.

Este es acaso nuestro estado, y éste a nuestro entender el origen de la fatuidad que en nuestra juventud se observa: el medio saber reina entre nosotros; no conocemos el bien, pero sabemos que existe y que podemos llegar a poseerle, si bien sin imaginar aún el cómo.

Del mundo corpóreo conocemos su existencia, conocemos sus relaciones con nosotros, conocemos sus propiedades y sus leyes, en cuanto está sujeto á nuestra observacion; pero á su íntima naturaleza no alcanzan nuestros sentidos, no llegan nuestros instrumentos.

Aunque sea verdad que nosotros no conocemos las substancias finitas, sino en cuanto se nos revelan por los accidentes, y hasta nuestro mismo espíritu no se conozca á propio sino por sus actos, la razon nos dice que las cosas para ser conocidas, es necesario que existan, y que para que nuestro entendimiento halle en las mismas algo permanente, es preciso que ese algo esté en ellas.

Es, ciertamente, un contratiempo que Mabel haya desaparecido, por su propia voluntad, de esta manera, justamente cuando habíamos conseguido conocer con exactitud el secreto del Cardenal, origen de la fortuna de Blair. Recuerda todo lo que tenemos en juego y arriesgamos. No conocemos quiénes son nuestros amigos o nuestros enemigos.

Sin inmutarse, continuó el enano: Los viejos conocemos a los jóvenes mejor que ellos se conocen. Y repitió: Yo, Bob el enano, por qué estás triste, Cristela... Cristela se encogió de hombros, como diciendo: «Pues si usted lo sabe, guárdeselo para usted. No le pido yo que me lo diga

42 Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice éste: Del cielo he descendido? 43 Y Jesús respondió, y les dijo: No murmuréis entre vosotros. 44 Ninguno puede venir a , si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. 45 Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados de Dios.