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Le llevó al estanque, le restregó la cara haciéndole pasar sucesivamente del negro al gris, luego al blanco, después al rojo subido, tan rojo que el niño chillaba como un condenado y estuvo a punto de renunciar de una vez y para siempre a aquel caramelo tan dolorosamente comprado. Reynoso estaba enajenado.

Semejante proceder no podia ser tolerado en los momentos en que la union era tan necesaria para marchar viento en popa á la conquista de la independencia. Asi, pues, arrestado de órden de Bolívar, fué conducido á Angostura, juzgado en consejo de guerra y condenado á muerte.

No lo echaba Zadig de poeta; sentia empero en el alma verse condenado como reo de lesa-magestad, y dexar dos amigos y una hermosa dama en la cárcel por un delito que no habia cometido. No lo permitiéron alegar nada en su defensa, porque el libro de memoria estaba claro, y que así era estilo en Babilonia.

Su hermano don Carlos Porreño cometió el despropósito de afrancesarse durante la guerra, y la protección de Junot y de Víctor no sirvieron sino para que fuera después condenado á perpetua proscripción.

Lo primero que hizo el condenado fué dejarse crecer las barbas, despotricarse en los clubs, escribir tremendas catilinarias contra los de su oficio, y, por fin, operando verbo et gladio, se lanzó á las barricadas con un trabuco naranjero que tenía la boca lo mismo que una tompeta.

¡No, señora, que es a vino! exclamó Amparo. ¡A vino! clamó la impedida alzando los brazos tan escandalizada como si ella sólo catase el agua, porque en el pueblo los viejos, con sinceridad completa, se otorgan a propios el derecho de «echar un trago» que niegan a los mozos . ¡A vino! ¡ quiéreste perder, condenado!

Era D. Rafael Seudoquis, exaltado patriota primero, después indefinido, luego conspirador perseguido y condenado a horca, pero indultado otra vez y admitido en el servicio por influencias de parientes poderosos. Después que satisfizo la curiosidad de los del café, dirigiose arriba, y al entrar en el hueco de la escalera llamole Aviraneta desde su escondrijo.

Pero estoy fatalmente condenado a no poder hacerlo.... Esta única flor de mi existencia es el fruto de mi mayor pecado...: no hablemos de él, que es irremediable; hablemos de ella, de la pobre flor sin sombra. ¿No estoy aquí yo? ¿De nada podré servirle cuando tanto la quiero? ; que la servirás de mucho: esa es mi esperanza.... Pues ordene usted, señor.

Acertóse otro día á ahorcar un ladrón que estaba días había condenado. Los moros se dieron á entender que era por la revuelta, y así tornaron á la contratación como de primero. El jeque ahorcó otro moro de los que habían sido origen del alboroto.

Cuando por fin abrió los ojos y me vio toda temblorosa a su lado, sus pobres labios azulados se esforzaron por sonreír, y sus primeras palabras fueron para darme una broma, lo que prueba que su espíritu no se había extraviado muy lejos de nosotros y que había vuelto, con el primer aliento, a entrar en sus moradas de costumbre: «¿Me creías ya muerto, juzgado y condenado, mi querida devota?... Ea, no te entristezcas; otra vez será