Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 3 de junio de 2025
Era la vez primera desde mi cambio de condición que me hallaba mezclado en una reunión mundana. Habituado en otro tiempo á las pequeñas distinciones que la etiqueta de los salones acuerda en general al nacimiento y á la fortuna, no recibí sin amargura los primeros testimonios de la negligencia y el desdén á que inevitablemente me condenaba mi nueva situación.
Don Frutos no perdía función; a este le gustaba el verso, «el verso y tente tieso» como él decía, y se declaraba a sí mismo, con la autoridad de sus millones de pesos, inteligente de primera fuerza, en achaques de comedias y dramas. «¡No veo la tostada!» decía D. Frutos, que había aprendido esta frase poco culta y poco inteligible en los artículos de fondo de un periódico serio. «No veo la tostada», decía, refiriéndose a cualquier comedia en que no había una lección moral, o por lo menos no la había al alcance de Redondo; y en no viendo él la tostada, condenaba al autor y hasta decía que defraudaba a los espectadores, haciéndoles perder un tiempo precioso.
En mayo de 1710 se trasladó doña Josefa Portocarrero Lazo de la Vega al nuevo convento, del que fué la primera abadesa. Cuatro meses después de su prisión, la Real Audiencia condenaba a muerte a don Fernando de Vergara. Este desde el primer momento había declarado que mató al marqués con alevosía, en un arranque de desesperación de jugador arruinado.
Conduxo la gente á Zadig á la casa de cabildo, donde primero le curáron la herida, y luego tomáron separadamente declaracion á él y á su criado para averiguar la verdad, de la qual resultó notorio que no era asesino; pero habiendo derramado la sangre de un hombre, le condenaba la ley á ser esclavo.
No; de ningún modo. Todos oyeron eso, y todos le reverenciaron mucho más. No tenían la menor sospecha del terrible alcance de estas palabras con que él mismo se condenaba. "¡El excelente joven! se decían unos á otros. ¡El santo sobre la tierra! ¡Ay! si en la pureza de armiño de su alma puede él percibir semejante iniquidad, ¡qué horrible espectáculo no verá en la tuya ó en la mía!"
Un hombre que hablaba de amor a una señora que era de otro, ante los hombres.... Ya lo sabía, sí; no exigía que Ana se hiciese superior a tantas tradiciones, leyes y costumbres, lugares comunes y rutinas como le condenaban; claro que había en el mundo mujeres, virtuosas como la que más, que ya sabían a qué atenerse respecto de la letra de la ley moral que condenaba aquel amor de Mesía; pero ¿podía él pedir a Ana, educada por fanáticos, que había pasado su juventud en un pueblo como Vetusta, podía pedirla que se dignase siquiera alentar su pasión con una esperanza?
Lo había olvidado totalmente y ahora su presencia hacía en mí el efecto de un reproche. Dame tiempo para reflexionar, espera hasta mañana dije enderezándome. Sentía en mí el vago presentimiento de que mi residencia en esa casa no sería de larga duración: habría sido demasiada dicha para mí, pobre infeliz a quien un destino despiadado condenaba a vivir en casa ajena.
Y algo le engañaba, porque, vengándose a su vez de aquel miserable comercio a que se la condenaba, daba a entender a Mochi que sólo por interés y obediencia aceptaba los galanteos provechosos, y que en el fondo sólo a su maestro quería. Mochi creía algo de esto. «Sí, ella me quiere ya; y me quiere a mí sólo: si no fuera así, se escaparía; con los demás finge por interés y por obedecerme».
Parecía justificar a su compañero; pero al través de su acento y de su mímica se leía bien claro que le condenaba. Todas las miradas se volvieron hacia el acusado. El P. Gil estaba como hacía tres meses, cuando ingresó en la cárcel de Peñascosa. Con el encierro su rostro había ganado aún en blancura.
Allí se juzgaba a los hombres y los sucesos del día, pero sin apasionamiento; se condenaba, sin ofenderle, a todo innovador, al que había hecho algo que saliese de lo ordinario. Se elogiaba, sin gran entusiasmo, a los ciudadanos que sabían ser comedidos, corteses e incapaces de exagerar cosa alguna. Antes mentir que exagerar.
Palabra del Dia
Otros Mirando