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En fin, tanto insistieron, que Ana, puestos los ojos en los de Mesía, prometió solemnemente ir al teatro. Y fue. El teatro de Vetusta, o sea nuestro Coliseo de la plaza del Pan, según le llamaba en elegante perífrasis el gacetillero y crítico de El Lábaro, era un antiguo corral de comedias que amenazaba ruina y daba entrada gratis a todos los vientos de la rosa náutica.

Fué el local que hoy ocupa el coliseo, como es sabido, hospital del Espíritu Santo. Este hospital existía desde muy remota fecha y en 1587 se reunieron en él otros menores, agregándole las rentas de treinta y ocho de los que entonces se suprimieron, con lo que creció mucho su importancia, comenzando por aquel tiempo á labrar el espacioso edificio que ocupaba en la calle Colcheros.

De tal suerte imperaba el entusiasmo, que nadie se ocupaba en mirar a la gente de abajo, a pesar de hallarse de bote en bote el coliseo; y como tardase en subir el telón, hubo pateos y aplausos impacientes y furiosos. Al fin dio principio el ansiado acto segundo. Graduaba el autor hábilmente los efectos dramáticos, manejando con destreza los resortes del terror y la piedad.

Habíase acordado la construcción del Coliseo hacia 1601 por la ciudad, estando á cargo de la dirección de las obras el maestro mayor Juan de Oviedo, terminándose el edificio, que era el mejor que de su clase hasta entonces había tenido Sevilla, en 1607, llevándose en él á cabo importantes reformas por los años de 1614.

Un compositor de folletos, dixo el abate, un Freron, ó un Ostolaza. Así discurrian Candido, Martin y el abate en la escalera del coliseo, miéntras que iba saliendo la gente, concluida la comedia. Puesto que tengo muchísimos deseos de ver á Cunegunda, dixo Candido, bien quisiera cenar con la primera trágica, que me ha parecido un portento.

Ninguno de los tres teatros sintió como el viejo Principal la apertura del de San Fernando, rival desde aquel día, y rival terrible, del coliseo que la famosa Sciomeri había inaugurado á fines del siglo XVIII, y por el que habían pasado tantas alternativas prósperas y adversas.

Acordó la Ciudad que se suspendiesen las representaciones de comedias en el Coliseo y en la Montería hasta que cesaran las calamidades.

Sólo bajo la monarquía de merengue que se va derritiendo y consumiendo al calor de la revolución podía ser representable el drama que anunciaban los carteles del coliseo marinedino, Valencianos con honra.

¡Oh! ¡qué delirio! ¡qué sueño! exclamó después de algún tiempo . ¡Que no despierte yo nunca, amor mío! porque si no me amases... me vengaría... y mi venganza... ¡oh! no hablemos de esto... ¡las dos! ¡ya es tarde, Dios mío! ¡y el coliseo!... ¡malditas sean las comedias! ¡pero es preciso! ¡vamos, acompáñame!

En la obra mencionada de Pedraza, hablando de él, se dice: «El coliseo, donde se representan las comedias, es un famoso teatro: apenas la fama del Romano le quita el primer lugar. Es un patio cuadrado, con dos pares de corredores, que estriban sobre columnas de mármol pardo y debaxo gradas para el residuo del pueblo.