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-A buena fe, señor -respondió Sancho-, que no hay que fiar en la descarnada, digo, en la muerte, la cual también come cordero como carnero; y a nuestro cura he oído decir que con igual pie pisaba las altas torres de los reyes como las humildes chozas de los pobres.

Sanchica mi hija nos llevará la comida al hato. Pero, ¡guarda!, que es de buen parecer, y hay pastores más maliciosos que simples, y no querría que fuese por lana y volviese trasquilada; y también suelen andar los amores y los no buenos deseos por los campos como por las ciudades, y por las pastorales chozas como por los reales palacios, y, quitada la causa se quita el pecado; y ojos que no veen, corazón que no quiebra; y más vale salto de mata que ruego de hombres buenos.

Desde las 11 de la mañana, el sol comenzó a molestarnos vivamente; las bestias se hacen reacias, la vista se fatiga con la lejana y constante reverberación y una sed implacable empieza a devorarnos. Nos acercamos a una o dos chozas encontradas en el tránsito; pero las buenas mujeres que las ocupaban, nos invitaron a tomar el agua que pedíamos y que nos sería nociva.

Y llevan sus influjos salvadores a los centros del lujo y monopolio a las chozas de humildes labradores, de los romanos Césares al solio; y hacen brillar sus célicos fulgores sobre el negro frontón del Capitolio, enclavando la Cruz con heroísmo en medio el corazón del paganismo.

El había dado orden en sus cortijos y en todas las chozas de pastores de sus vastos territorios para que entregasen al Plumitas lo que pidiese; y según contaban mayorales y vaqueros, el bandido, con su antiguo respeto de hombre del campo por los amos buenos y generosos, hablaba los mayores elogios de él, ofreciéndose a matar si alguien ofendía al «zeñó marqué» en lo más mínimo. ¡Pobre mozo!

Indudablemente, ¡cosa extraordinaria! sin embargo de ser Paris una ciudad tan iluminada, tan brillante, tan prodigiosamente espléndida, sin embargo de ser un coquetismo tan fastuoso y deslumbrador, no nos inspira poéticamente, como nos inspira cualquier ciudad de España, de Italia, de Suiza, de Grecia, de Oriente; como nos inspiran tambien los caseríos del Norte, dejándonos ver entre rocas y nieves sus chozas húmedas, cubiertas de limo verdoso, que como si fueran peñascos negros, parecen estar incrustadas en las laderas de un monte sombrío, ó quizá en los bordes de un abismo insondable.

En todas las casas sus moradores estaban en vela y esperándonos; veíase en el umbral de todas las chozas, algún viejo o algún niño teniendo en la mano un velón de cobre, alumbrando temblorosos sus rostros pálidos y llenos de lágrimas, tiritando de frío en aquella helada noche de diciembre.