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Pero en seguida se probó que no andábamos equivocados en nuestras apreciaciones, pues apenas hubo cesado Bill de gruñir, cuando hacia la entrada oímos un paso rápido y el roce de un vestido empapado en agua; la puerta se abrió de par en par, y apareció una joven que, mostrándonos con su sonrisa los destellos de sus blancos dientes, y el centellear de sus ojos negros, con una carencia absoluta de toda ceremonia y timidez, entró, cerró la puerta y apoyose jadeante contra ella.

¡Qué bien se harmonizaba aquel vibrante vocerío con el despertar de valles y montañas, con los preludios del pueblo alado, con el susurro de las arboledas, con el canto idílico del Pedregoso, con el centellear de los luceros, y con el mugir de las vacadas en el cercano ejido! No por qué temí que la tía Pepilla supiera que no había yo probado el sueño.

Viendo centellear suavemente en lo alto del cielo una estrellita azulada, sentí correr por las mejillas dos lágrimas.

Y la carroza seguía marchando bajo un sol radiante, que hacía centellear los cristales de los balcones, reverberando en el blanco caserío de la villa con transportes de felicidad.

Antes de que pudiera comprender que todo aquel centellear de vidrios procedía de los colgajos de la lámpara del comedor, iluminados por una vela que acababa de encender Doña Paca para revisar los cuchillos que de la casa de préstamos acababa de traerle Juliana, apareció esta en la puerta del comedor, y cortando el paso a la pobre vieja, le dijo entre risueña y desabrida: «Hola, Nina, ¿ por aquí? ¿Has parecido ya?

En los sitios en que es mayor la profundidad, cada piedra sirve de dique para contener la corriente, cada estrecho entre dos guijarros es una esclusa por la que el agua se precipita y el caudal del arroyo queda dividido en infinidad de pequeños triángulos esféricos, multitud infinita de ondulaciones que es á la vez red luminosa que hace vibrar y centellear las bruñidas piedras del fondo.

Allí, la voz de bronce de la disciplina tuvo que sonar más de una vez para impedir que el rápido cruzar de palabras irónicas en el salón se convirtiese, en la calle, en el centellear de las espadas.