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La gente anda por ahí alborotada, censurando de muy viciosa y de sobrado verde, permítaseme lo familiar del vocablo, la escena en que la Duquesa trata de seducir a Ignacio. ¿Pero cómo censurar tal cosa, cuando el Año Cristiano contiene no pocas escenas bastante más crudas?

En la segunda parte de la novela es donde todo buen musulmán, y más aún todo buen cristiano, tienen que censurar y que escandalizarse. Asal, habitante de un país muy poblado y civilizado, y fervoroso creyente en una religión positiva, se siente inclinado a la mística contemplación, huye del mundo, busca la soledad del yermo y viene a dar en la isla donde Hay habita.

Tomasuelo podía entrar cuando se le antojase en casa del tío Gorico, ver á Nicolasa, requebrarla, mirarla con amor, acompañarla cuando salía; en suma, servirla y cuidarla, sin que nadie fuese osado á censurar lo más mínimo. Aunque entre Nicolasa y el hijo del herrador no había el más remoto grado de parentesco, Nicolasa había preconizado á Tomasuelo por su hermano.

Eso puede ser en ese mundo del cual vengo; donde la gente no se escandaliza; donde la virtud es ancha y no pincha, y cada uno, por egoísmo, porque respetan sus debilidades, procura no censurar las ajenas. ¡Pero aquí!... Aquí el amor es un camino recto que forzosamente ha de conducir al matrimonio; y vamos a ver, ¿sería usted capaz de mentir asegurando que se casaría conmigo?...

Todo esto era tan poético que de fijo que el lector, pues lo sabe, no ha de censurar a doña Luz como la censuraban las gentes de su lugar, sino, en todo caso, por lo contrario: por sobrado rara y soberbia; porque prefería vivir muchos meses del año separada de su marido a ser en Madrid causa perpetua de dificultades prosaicas y económicas, bastantes a dar muerte al amor más robusto.

No faltarán almas ruines y fantasías pervertidas que al llegar aquí tachen a don Juan de estúpido y a la pobre Cristeta de fácil y liviana. Los mismos que tal piensen no habrían vacilado en explotar su amorosa turbación. Así es el hombre, pronto a censurar toda flaqueza que no redunda en su provecho.

Ya hemos dicho que no nos incumbe escribir aquí la vida de Goethe. Baste lo apuntado rápidamente para desvanecer infundadas censuras. Que él diese culto a su clara inteligencia y a sus otras facultades, no se debe censurar sino aplaudir. Es un deber cuidar de los talentos que Dios nos confía.

CUESTA. Lo que más importa, hija mía, es que tengamos formalidad... que las personas timoratas no hallen nada que censurar... Me han dicho... creo yo que habrá exageración... me han dicho que hormiguean los novios... ELECTRA. ¡Ay, ! ya casi no acierto a contarlos. Pero yo no quiero más que a uno. CUESTA. ¡A uno! ¿Y es...? ELECTRA. ¡Oh! Mucho quiere usted saber. CUESTA. ¿Le conozco yo?

Hasta en la misma Francia ha habido unanimidad, desde lo antiguo, en censurar los defectos de esta tragedia.

A veces me pregunto a mismo, si al censurar en mi interior esta condición de Pepita, no soy yo quien me censuro. ¿Qué yo lo que pasa en el alma de esa mujer, para censurarla? ¿Acaso, al creer que veo su alma, no es la mía la que veo?