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A consecuencia de las cenas, y particularmente de los postres, el infeliz no tenía cabeza para nada.

Hacía diez años que había sido trasladado al distrito minero desde un pueblecillo de Álava, y afirmaba que la mejor tierra del mundo era la de las Encartaciones. «Paz, mucha paz; para todos hay vida en el mundo.» Y en santa paz vivía, siendo gran amigo de Aresti, y tomando á broma las doctrinas revolucionarias que el doctor, por aburrimiento, exponía á los ricos de Gallarta después de sus famosas cenas.

Resumen: el estanquero era un imbécil chocho, sin una peseta y además lioso y trapalón que, viéndose amenazado de calabazas, pretendía ganar tiempo... y tener querida de balde. Se puso furiosa. Aquel hombre de quien, por lo menos esperó el cuarto pagado, algún vestido, cenas y chucherías, era un farsante tronado, ganguero, sinvergüenza. Tuvo ahorrillos, se los gastó, y aquí paz y después gloria.

5 Antes, todas sus obras hacen para ser mirados de los hombres; porque ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos; 6 y aman el primer lugar en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas; 7 y las salutaciones en las plazas, y ser llamados por los hombres Rabí, Rabí.

Y de unas jiras, o fiestas de campo, hablaba de tal manera don Manuel, así como de ciertas cenas en la fonda de un francés, que cuando contaba de ellas no podía estar sentado; y daba con el puño sobre la mesa que le andaba cerca, como para acentuar las palabras, y arreciaban los truenos, y abría cuantas ventanas o puertas hallaba a mano.

Feijoo no tomaba más que un huevo pasado y después chocolate, porque su estómago no le permitía ya las cenas pesadas. Pero en su frugal colación gozaba viendo comer a su protegida, cuyo apetito era una bendición de Dios. «Hija, tienes un apetito modelo. Te estoy mirando, y al paso que te envidio, me felicito de verte tan bien agarrada a la vida.

Las comidas que daba en su casa no tenían rival, como no fuesen las cenas que daba en la de su querida. El mundo, que es siempre indulgente para los hombres, le perdonaba aquel derroche de su vida y de su fortuna. Además, hacía las cosas galantemente, porque sus placeres mundanos no levantaban un eco doloroso en su casa.

Parecen harapos petrificados, tan adheridos a su encierro, que hay que extraerlos a puro hachazo... Las aves, puestas en estantes, las creería usted de cartón piedra, como las que se exhíben en las cenas de los teatros.

Yo, señor, soy médico, y estoy asalariado en esta ínsula para serlo de los gobernadores della, y miro por su salud mucho más que por la mía, estudiando de noche y de día, y tanteando la complexión del gobernador, para acertar a curarle cuando cayere enfermo; y lo principal que hago es asistir a sus comidas y cenas, y a dejarle comer de lo que me parece que le conviene, y a quitarle lo que imagino que le ha de hacer daño y ser nocivo al estómago; y así, mandé quitar el plato de la fruta, por ser demasiadamente húmeda, y el plato del otro manjar también le mandé quitar, por ser demasiadamente caliente y tener muchas especies, que acrecientan la sed; y el que mucho bebe mata y consume el húmedo radical, donde consiste la vida.

El hierro es el pan de Bilbao. Todo ha sido aquí hierro en su origen, hasta el mármol y el oro de los millonarios de Algorta. Y el mismo chacolí, en estas alegres cenas bilbaínas, me produce un efecto así como de vino ferruginoso. Constantemente se denuncian nuevos yacimientos, a veces bajo casas habitadas.