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Actualizado: 10 de noviembre de 2025
Cómo D. Bernardo Rivera había descendido tan abajo y doña Martina había subido tan arriba, no era fácil de explicar en aquel tiempo; años atrás no había tal dificultad para los que apreciaban, en su justo valor, las carnes macizas y sonrosadas de la buena señora.
En cambio, no hay quien pinte bien las carnes. Los grandes maestros, como Rembrandt, Franz-Hals, Velázquez, Tiziano, por el contrario, eran sobrios en las ropas y demás accesorios, y con centraban su atención y sus facultades en aquéllas.
Los hilos montaban unos sobre otros, quejándose de la torsión violenta, y en toda su magnitud rectilínea había un estremecimiento de cosa dolorida y martirizada que irritaba los nervios del espectador, cual si también, al través de las carnes, los conductores de la sensibilidad estuviesen sometidos a una torsión semejante.
Ella amaba á todos los hombres, ¡á todos! hasta aquellos enemigos que había cuidado muchas veces en las ambulancias del frente. Estaban engañados; y si realmente habían sido perversos y deseaban continuar siéndolo, ella sólo les veía en su estado actual, tendidos en una cama, con las carnes rotas, amenazados por la muerte.
Esta era delgada, flexible como un mimbre y lucía más que la Tiplona en las fioriture; pero como voz y como carnes y buena presencia, no había comparación.
Y al llegar aquí se le pusieron delante de la imaginación las carnes de su mujer tales como de soslayo y a escape las había vislumbrado por la mañana, al salir del lecho conyugal.
Las espinas de la vida hieren mis carnes; el frío de la vida hiela mi corazón. ¡Glorioso sol, llévame contigo, llévame por encima de las montañas y las olas, sobre las verdes llanuras y las espumas del Océano; llévame lejos del triste sueño de la existencia, a reposar bajo tu pabellón tejido de estrellas! He visto a mi hijo inocente padecer horribles martirios.
Fueran o no buenos los baños de los Jerónimos, ello es que la niña había ganado, tomándolos, carnes y colores, amén de un apetito excelente. En cuanto al pequeño, excuso decir que con las aguas del Manzanares se puso a reventar de sano. Su robustez era tal, que no cesaba de probarse a sí misma y de cultivarse para llegar a ser más grande y poderosa.
Era doña Manuela alta, seca de carnes, de aspecto severo y tez rugosa, como pintan a las Parcas, pero sin expresión de dureza en el rostro.
Facilillo era compaginar la lozanía de la señora de Rubín con su desgracia. ¿Y cómo evitar que del indicio de aquellas apretadas carnes y de aquel color admirable indujeran los parientes la certeza de una vida regalona, alegre y descuidada?... Uno rato estuvo mi hombre discurriendo cómo probar que no es cosa del otro jueves que las personas afligidas engorden, y aún no había logrado construir su plan lógico, cuando llegó Juan Pablo, frotándose las manos, y dejando ver en su cara la satisfacción íntima que el simple hecho de entrar en el café le producía.
Palabra del Dia
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