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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Aprovechó el maestro aquella oportunidad para explicarle las propiedades nocivas del acónito, cuyos oscuros capullos veía en su falda, y arrancó de ella la promesa de no tocar flores de aquella planta, en tanto que fuese alumna suya. Después, habiendo puesto a prueba su integridad, se quedó satisfecho, desvaneciéndose el extraño sentimiento que antes le había sobrevenido.
La hora ha sido deliciosa, los árboles están cargados de flores y capullos que perfuman el aire. Empiezan a brotar las hojas, a cantar los enamorados pajarillos y a zumbar los insectos. Es esta la época en que resucita la Naturaleza de su muerte aparente durante el invierno, y en que más se disfruta de ella en estos solitarios parajes.
En este año de 1908 produjo la cosecha de estos pequeños criadores y la de la Escuela, más de cuarenta arrobas de capullos de seda, y en el año actual ha pasado de cien arrobas, que si bien esto no es nada comparado con la producción en los siglos en que floreció esta industria, si sigue aumentando en la proporción que estos dos años, á la vuelta de quince ó veinte años tendremos la industria á la altura de su mayor apogeo.
La sombra de Inglaterra se extiende al otro lado de los mares. ¡Bertrán, Bertrán! ¡Nos vencen, porque el menor de sus capullos es más hermoso que la mejor y más perfumada de nuestras flores! La profetisa dió una gran voz, alzóse del asiento y cayó desvanecida en brazos de su esposo, que dijo conmovido: ¡Ha terminado la visión, la hora sagrada y misteriosa que revela el secreto de lo porvenir!
Mezclados con la hojarasca muerta y con el eco sarcástico y burlón de la fama. Flores tejidas en noche oscura, que jamás arraigan dentro del corazón, aunque exhalen bellísimo perfume Tiernos capullos cuyas corolas se rompen entre los dedos emponzoñados de la envidia.
Mirando estos capullos de mujer, don Fermín recordaba el botón de rosa que acababa de mascar, del que un fragmento arrugado se le asomaba a los labios todavía.
El sapo rocia con capullos los globos y zapadas de los comensales. El sapo prohija el tetraedros. El sapo desnuda el tetraedro», Belarmino se oprimió las sienes con las manos, echó hacia atrás la cabeza, sacudiéndola con insensato y contenido entusiasmo, y murmuró entre dientes, mordiendo las palabras: «¡Qué razón tiene! ¡Qué razón tiene!» Terminó la conferencia.
Ni aquello ni lo que había seguido: la ceguera de los sentidos, la brutalidad de las pasiones bajas, subrepticiamente satisfechas hasta el hartazgo; esto era vergonzoso, más que por nada por el secreto, por la hipocresía, por la sombra en que había ido envuelto; ahora, sin aprensión, sin escrúpulos, sin tormentos del cerebro, la dicha presente; aquella que gozaba en una mañana de Mayo cerca de Junio, contento de vivir, amigo del campo, de los pájaros, con deseos de beber rocío, de oler las rosas que formaban guirnaldas en las enramadas, de abrir los capullos turgentes y morder los estambres ocultos y encogidos en su cuna de pétalos.
Eran sus hijas, las únicas muñecas de su infancia, y todas las mañanas experimentaba la misma sorpresa viendo las flores nuevas que surgían de sus capullos, siguiéndolas paso a paso en su crecimiento, desde que, tímidas, apretaban sus pétalos como si quisieran retroceder y ocultarse, hasta que, con repentina audacia, estallaban como bombas de colores y perfumes.
Todo el valle se henchía en gestación potente, y ya el alba de una vida de milagro y de gloria vestía de flores los espinos y les ungía de perfumes.... Espejándose en el valle fecundizado, el corazón de la niña de Luzmela se dilataba también en un inconsciente afán de florecimiento, con barrunto de brotes y bella nostalgia de capullos.
Palabra del Dia
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