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Actualizado: 26 de junio de 2025
Me propuse calmar el ánimo de la doncella, quitarle, en cuanto fuera posible, la mala impresión que mi ligereza y mis imprudentes palabras le habían causado, y lo conseguí.
Ni puedo vivir por más tiempo sin la compañía de Ester, cuya fuerza para sostenerme es tan vigorosa, así como lo es también su poder para calmar las angustias de mi alma. ¡Oh Tú á quien no me atrevo á levantar las miradas! ¿me perdonarás? Tú partirás, dijo Ester con reposado acento al encontrar las miradas de Dimmesdale.
Pues es claro: ¿eso qué duda tiene? respondí procurando calmar su agitación, la cual era tan grande, que no le dejaba ver la inconveniencia de consultar con un mísero paje cuestión tan grave.
Tiempos en que amor solía calmar piadoso mi afán, ¿qué os hicisteis? ¿Dónde están vuestra gloria y mi alegría? ¿De amor el suspiro tierno y aquel placer sin igual, tan breve para mi mal aunque en mi memoria eterno? Ya pasó... mi juventud los tiranos marchitaron, y a mi vida prepararon junto al altar el ataúd.
Así fué como en el Nuevo Mundo, dícese también que se quiso calmar al Monotombo, lanzando en él á los sacerdotes que se habían atrevido á predicar contra él, diciendo que no era tal Dios, sino boca del infierno.
Y él creyó que envilecida vendiera a otro amor mi fe. No, jamás,... la pompa, el oro, guárdelos el Conde allá; ven, trovador, y mi lloro te dirá cómo te adoro, y mi angustia te dirá. Mírame aquí prosternada; ven a calmar la inquietud de esta mujer desdichada; tuyo es mi amor, mi virtud... ¿Me quieres más humillada? JIMENA. ¿Qué haces, Leonor? LEONOR. Yo no sé... alguien viene.
Iba la abuela a protestar vigorosamente, cuando me apresuré a calmar a Celestina recordándole las palabras de San Pablo: «El que casa a su hija hace bien; el que no la casa hace mejor.» Creí que se iba a desmayar de gusto al oír estas palabras. Ese es un santo bueno... Ese es un santo grande... Ese es un santo... santo. No hay como los apóstoles. No hay como los Papas replicó la abuela.
Dejadme buscar en mi zurrón un ungüento que llevo y que os será de mucho alivio. No, una sola cosa puede calmar el dolor y lavar la afrenta, y esa el tiempo quizás me la depare. Ahí tenéis vuestro camino, el atajo que pasa entre aquel matorral y el árbol con la rama tronchada.
Las amigas se esforzaban en convencerla para que otorgase su perdón a la culpable. Luisa no cesaba de ir y venir consolando a su triste amiga y procurando calmar a la otra. El sol se había retirado ya del paseo, aunque anduviese todavía por las ramas de los árboles y las fachadas de las casas.
El doctor hizo coro con ella y la anciana condesa lamentó altamente no haber estado allí para arrojar a aquella desvergonzada a la puerta o al mar; el mar era una de las puertas del jardín. Pero don Diego, en lugar de unirse a las protestas de toda la familia, se aplicó a calmar ánimos y a vendar heridas.
Palabra del Dia
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