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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Este, sinembargo, tenia el atrevimiento de subírseme á la cabeza, sin la menor ceremonia, obligándome á multiplicar los brebajes de café. Tuvo al fin piedad de la posadera y me mandó servir puchero. «Un puchero español! me dije con trasporte; vamos, esto será mejor que la Catedral y el Alcázar.» !Mentirosa ilusion!

Sin duda va al café de Gallo a reunirse con su hermano, la otra cabeza de campanario. ¿Pero cómo es que le dejan salir solo? ¿Se habrá puesto bueno? ¿Estará mejor? ¡Pobre chico!...». Y no se volvió a acordar más de él hasta la noche, cuando estaba acostada, sola en la casa, pues su tía no había entrado aún. «Es una barbaridad que le dejen salir solo a la calle.

Esto lo había aprendido de su mujer, que por gota de más o de menos, vertida por él con pulso trémulo, en una cucharilla de café, le había puesto como un trapo en infinitas ocasiones. En suma, respetaba en el Sr. Aguado la ciencia oculta, al favorito de su mujer, al homeópata y al partero que él había soñado cuando había acariciado la esperanza de tener un chiquillo.

El humo de estos quinqués, el humo de los cigarros, el humo del café habían causado considerable deterioro en el dorado de los espejos, en el amarillo de los capiteles, en los jaspes y en el friso clásico. Solo por tradición se sabía la figura y color de las pinturas del techo, debidas al pincel del peor de los discípulos de Maella.

Otra ventaja de aquel barrio sobre Chamberí es que se puede ir de noche a ver una piececita o a pasar un rato en cualquier café, sin hacer caminatas de media legua, ni usar el tranvía. A Fortunata no le gustaba ir al teatro ni presentarse en público.

No se sabía adónde guarecerse, ni cómo evitar la angustia. Así transcurrió toda la mañana. Tomamos el café sobre las esteras de la galería, sin tener ánimo para hablar ni movernos. Los perros, estirándose y buscando la frescura de las losas, tumbábanse fatigados.

El público sabe que aquella dama no se perderá en el camino: ¿por qué contradecir ese convencimiento que tiene el público, cuando lo tiene con razon? No, señor, se dice: cuando aquella jóven entró en el café, no era dama del teatro. Ahora lo es, y la cultura tributa ese homenaje á la mujer, á la actriz y al público. Yo no lo creo así. Creo que el arte da belleza, no moral.

El clavo histérico cede tambien al café, si hay zumbido de oidos, palpitaciones, timpanitis hipogástrica, deseos venéreos, inconstancia en los placeres y en el carácter. La escesiva escitacion, durante las reglas abundantes, reclama café, y acaso la manzanilla y la nuez vómica.

El reino se componía, además de la populosa ciudad de Tibotú, de dos islas. En una se cosechaba gran cantidad de café y había numerosas vacas de ordeña; en la otra se producía el cacao y habia muy buenos panaderos y reposteros. Las islas eran vulgarmente conocidas por «La-isla-de-café-con-leche», y «La-isla-de-chocolate-con-bollos».

Se pasaba horas enteras embobado, fija la vista maquinalmente en los racimos de uvas de cuelga que pendían del techo, o en los sacos de café hacinados en el ángulo más obscuro de la lonja, y sobre los cuales acostumbraba la difunta sentarse para hacer calceta.

Palabra del Dia

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