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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Al principio nuestro joven iba dos veces por semana a pasar un ratito después de la oficina a casa de D. Pantaleón. Poco después, un día sí y otro no; luego, todos los días. Esto sin perjuicio de verse y hablarse diariamente en el café del Siglo y de las salidas extraordinarias a misa y a tiendas, en que casualmente se tropezaban. Pero no bastaba todavía a calmar las ansias amorosas del escultor.
Freya se presentaría con el retraso de una viajera que acaba de llegar y está ocupada en el arreglo de su persona. Almorzó mal, mirando continuamente una gran vidriera con dibujos de barcos, peces y gaviotas, atragantándosele el bocado cada vez que se abrían sus hojas policromas. Y llegó al final del almuerzo, y tomó lentamente su café, sin que ella apareciese.
Ya se ha podido conocer que solo indicamos incidentalmente los dinámicos: la razon es bien óbvia, puesto que el antídoto dinámico es simplemente el medicamento que por sus efectos se aproxima mas á los producidos por otro, como acabamos de manifestar en la manzanilla, respecto al café y la nuez vómica.
Y yo mismo, que a primera vista no parezco nada parlamentario, lo soy, sin embargo, considerablemente más que la mayoría de los españoles: tengo numerosos amigos diputados, puedo tomar café en el Congreso, puedo utilizar la franquicia postal parlamentaria... Cuando el Sr.
Los de Aldama ni siquiera se dignaron contestarle pasando fríos y arrogantes por delante de él. Cuando se hallaban ya a alguna distancia uno de ellos dejó escapar en voz bastante alta una frase sangrienta que Narciso Luna no oyó o no quiso recoger. Tristán les esperaba en el café impaciente.
Amigo don Segis, ¿qué le parece a usted de ir a limpiar los mocos al hijo del Perinolo? ¡Grave! ¡grave! ¡grave! murmuró don Segis. Si pudiéramos darle una sopimpa, sin escándalo, se entiende... ¡Grave! ¡grave! A las once u once y media sale del café. Podemos esperarle por allí cerca y alumbrarle algunos coscorrones. ¡Grave! ¡grave! ¡grave! ¿Es usted un hombre o no lo es, don Segis?
Tal vez sea Andresito exclamó Amparo . Le prometió a Juan venir a la hora del café. Eran los dos, que se habían encontrado en la escalera.
Cuando ofreció el azúcar al inspector general, éste le dio las gracias, diciendo que tomaba el café sin azúcar. ¡Es raro! exclamó aturdidamente la viuda. Lo mismo que el señor Simón...
«... los arrestó por tan enorme delito...» ¿Por entrar en un café? ¡Y dicen que hay libertá! ¡Qué ha de haberla, mujer! «Y preguntándoles la causa de su entrada en el local, le respondieron que su objeto era tomar café.
Estaba terminando de almorzar, cuando su ayuda de cámara anunció con tono ceremonioso: «El señor profesor Novoa.» Presintiendo Miguel algo muy interesante para él, recibió al español con una efusión extraordinaria nunca vista por Toledo. ¡Incomparable Novoa! ¿De veras que había almorzado ya? ¡El buen orden de los solitarios de Mónaco!... Entonces, tomaría café con él.
Palabra del Dia
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