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Actualizado: 14 de mayo de 2025
21 Te has vuelto cruel para mí; con la fortaleza de tu mano me eres adversario. 22 Me levantaste, y me hiciste cabalgar sobre el viento, y derretiste en mí el ser. 23 Porque yo conozco que me conduces a la muerte; y a la casa determinada a todo viviente. 25 ¿Por ventura no lloré yo al afligido? Y mi alma ¿no se entristeció sobre el menesteroso?
¡Buen consuelo para mí, que llevaba ya los riñones quebrantados de cabalgar por tantos y tan repetidos altibajos, y comenzaba a sentir en mi espíritu madrileño el peso abrumador de los montes y la nostalgia de la Puerta del Sol y de las calles adoquinadas!
23 Diez bueyes engordados, y veinte bueyes de pasto, y cien ovejas; sin los ciervos, cabras, búfalos, y aves engordados. 25 Y Judá e Israel vivían seguros, cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, desde Dan hasta Beerseba, todos los días de Salomón. 26 Tenía además de esto Salomón cuarenta mil caballos en sus caballerizas para sus carros, y doce mil caballos de cabalgar.
Cabalgar pella cidade Con muyta solennidade; Ver correr, saltar, luctar, Dançar, caçar, montear, Em seus tempos é hidade.
Una cómoda y ancha carretera había sustituido á la escabrosa y angostísima senda antigua: y en lugar de cabalgar sobre el peludo y escueto jamelgo que antes conducía por ella al viajero, tomé un mullido asiento en una de las diligencias que se han establecido entre Torrelavega y la villa de los tres Arzobispos.
Era ya bien corrida la una de la tarde cuando volví a cabalgar. Repasé el puente, y sin dirigir la vista al camino real que dejaba a mi izquierda, comencé a desandar aguas arriba lo que había andado por la mañana aguas abajo. Al llegar a Robacío, vi que me esperaba en la brañuca contigua a la portalada de marras, toda la familia de la casona aquélla, con el padre en primer término.
No se dejaba cabalgar de otro jinete que el príncipe, a la sazón Sultán; pero en trueque era la más dócil hacanea si alguna dama hermosa intentaba montarlo. Andaba tres farasangas de sol a sol; corría el doble que el corcel más corredor; en la arena dejaba atrás al camello más fuerte, y pasaba a nado el Guadalquivir en los días más iracundos de su tempestuosa soberbia.
Algunas veces, de repente, venía a morderle el recuerdo de sus triunfos escénicos, la gloria artística conquistada sobre las tablas, y golpeando el piano con la sublime furia de la cabalgada de las walkirias, lanzaba el ¡hojotoho! de Brunilda, el grito de guerra impetuoso y salvaje de la hija de Wotan; relincho armónico con el cual había puesto en pie a muchos públicos y que en aquella soledad estremecía a Rafael, haciéndole admirar a su amiga como una divinidad extraña; cual una diosa rubia de ojos verdes, acostumbrada a cabalgar sobre los hielos, entre los torbellinos del huracán, y que en el país del sol se resignaba a ser mujer.
Palabra del Dia
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