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¡No es nada! gritó el capitán echando medio cuerpo fuera del puente para ver mejor el casco de su buque . Un cañonazo en la popa. ¡Firme, Tòni!... El segundo, agarrado á la rueda, volvía la cabeza de vez en cuando para apreciar la distancia que les separaba del submarino.

Como no vimos la bala, comenzamos a reír, satisfechos y hasta orgullosos de que nos avisasen tan ruidosamente. Otro cañonazo, pero esta vez con malicia. Nos pareció que un gran pájaro pasaba silbando sobre la barca, y la antena se vino abajo con el cordaje roto y la vela desgarrada. Nos habían desarbolado, y al caer el aparejo le rompió una pierna a uno de la tripulación.

Pero aun quedaba mucho día, y corriendo á lo largo de la costa era indudable que nos pillarían antes del anochecer. El patrón manejaba la barra con el cuidado de quien tiene toda su fortuna pendiente de una mala virada. Una nubecilla blanca se desprendió del vapor y oímos el estampido de un cañonazo.

Primeramente sonaba una explosión á espaldas del albergo, que hacía temblar paredes y techos, dilatándose en la inmensidad del golfo. Era el cañonazo de mediodía salido del alto castillo de Sant Elmo.

La larga ondulación oceánica se convertía en ola rabiosa al encontrar los baluartes avanzados de sus islotes, al desplomarse en el vacío de sus abismos, formando cascadas de espuma que rodaban de abajo á arriba, levantando furiosas columnas de polvo con estampido de cañonazo. Una mano irresistible agarró la quilla, poniendo la embarcación verticalmente.

Acababa de sonar un cañonazo, luego otro y luego un tercero á intervalos iguales. Al mismo tiempo el viento de tierra les trajo un redoble de tambores que tocaban generala y un rumor confuso de voces. Ambos se miraron palideciendo. ¡Todo está descubierto! dijo Jacobo. ¡Nos persiguen! añadió Tragomer. Cristián lanzó una mirada en derredor.

Rechinaba los dientes, cerraba los puños á cada detonación, pero seguía inmóvil, sin deseo de marcharse, dominado por la violencia de las explosiones, admirando la serenidad de estos hombres, que daban sus órdenes erguidos y frios ó se agitaban como humildes sirvientes alrededor de las bestias tronadoras. Todas sus ideas parecían haber volado, arrastradas por el primer cañonazo.

De pronto sonó hacia la puerta frontera, tapiada casi con la mole de don Pedro Nolasco, algo como el estruendo de un cañonazo, que me decía: ¡Adelante, cabayeritos!

Las nubes, al pasar por el cielo aclarando u obscureciendo la boca de la cueva, cambiaban aparentemente la forma de las cosas. Era un espectáculo de pesadilla, de una noche de fiebre. El mar hervia en el interior de aquella espelunca, y la ola producía el estruendo de un cañonazo, haciendo retemblar las entrañas del monte. Recalde estaba aterrado, demudado.

De pronto se vio envuelto en una luz roja y estalló sobre su cabeza un cañonazo, como si la costa acabase de partirse a impulsos de inmenso cataclismo. Ha caído cerca dijo Febrer refiriéndose a la exhalación. Su pensamiento, ocupado por el recuerdo de los Febrer, fue hacia su ascendiente el comendador don Príamo.