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Actualizado: 2 de mayo de 2025
»Queriendo sustraerme al bullicio de las poblaciones, me interno a veces en las montañas y en el hermoso valle de Necker, en donde la naturaleza inerte y majestuosa me brinda una paz y una tranquilidad que la naturaleza viva y alegre de la ciudad no puede ofrecerme; pero también allí veo en los brotes de las plantas los preludios de la primavera, también allí se manifiesta la vida con todas sus energías en el renacimiento universal que me rodea.
En tales condiciones se encontraba la población de Cuba cuando Martí empezó la obra revolucionaria. Es verdad que, como él decía, en el suelo no se advertían los brotes primeros de la planta, pero él sintió lo que pasaba en el subsuelo, y en el subsuelo estaba ya preparada la semilla; prueba cómo ella fructifera.
Pasada la dura estación, una mañana abríanse las ventanas, renacían los ruidos, oíanse voces de llamada de una a otra casa; pájaros enjaulados que eran expuestos al aire libre hacían oír sus trinos; brillaba el sol, miraba desde arriba por el estrecho embudo que formaba nuestro jardincillo; los brotes de las hojas nuevas salpicaban las ramas de las plantas color de hollín.
Todo obedece.... ¡bueno!, ¡chi lo sa! á que somos así; trátase de una causa ingénita, y hasta cierto punto somos irresponsables. El convulsionismo nadie lo ignora es el más terrible de los males morales que nos aquejan; y lógico y natural sería que mostrásemos empeño en hacerlo desaparecer y en impedir sus brotes.
No contento en devorar con la mirada la nueva verdura, se le veía de vez en cuando arrancar furtivamente de sus tallos algunos nuevos y apetitosos brotes, hojas no desarrolladas aún, y llevarlas á sus labios, con una curiosidad de botánico. He podido asegurarme que este recurso alimenticio que me había sido indicado por la historia de los náufragos, tiene un valor muy mediocre.
Caracteres por lo general fogosos, impacientes, que obran por brotes más bien que por razonamientos, y tomando por realidades las perspectivas de la imaginación, edifican sobre ellas fuertes castillos, sin más cimientos que el aire.
Cuando fuese casada cultivaría la tierra, como las otras: su blancura de flor se marchitaría, amarilleando; sus manos se tornarían negras y escamosas; acabaría siendo igual a su madre y a todas las payesas viejas, una hembra esqueleto, retorcida y nudosa, lo mismo que un tronco de olivo... Febrer entristecíase con estos pensamientos como ante una gran injusticia. ¿De dónde habría sacado este retoño el simple Pep, que estaba a su lado? ¿Por qué obscura combinación de raza había podido nacer Margalida en Can Mallorquí?... ¿Y habría de agostarse esta florescencia misteriosa y perfumada del tronco payés lo mismo que los otros brotes rudos que crecían junto a ella?...
Al salir de la iglesia, Fortunata echó, como de costumbre, una mirada al público, que estaba tras de la verja de madera, y vio a Maximiliano, que no faltaba ningún domingo a aquella amorosa cita muda. Le vio con simpatía. Notaba gozosa que empezaban a perder valor ante sus ojos los defectos físicos del apreciable joven. ¡Si serían aquellos los brotes del amor por la hermosura del alma!
Aun no tenían hojas los olmos, pero ya estaban cubiertos de brotes; los prados asemejaban un vasto jardín cubierto de margaritas; las setas de espino estaban en flor; el sol vivo y cálido hacía cantar a las alondras y parecía atraerlas hacia el cielo, de tal modo subían en línea recta y volaban alto.
Palabra del Dia
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