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Actualizado: 9 de junio de 2025


Es mejor parecerse a una planta delicada que a un hombre malogrado repliquele. Pero mi tía creía firmemente que había sido una belleza y no soportaba bromas al respecto. He sido linda, señorita; tan linda que a mi y a mi hermana los vecinos nos llamaban unas diosas. ¿Su hermana se parecía a usted, mi tía? Mucho; éramos mellizas. ¡Qué desgraciado sería su marido! dije yo con tono convencido.

Te agradezco mucho las bromas que te has esforzado en decir hoy. No supe qué contestar, pues ese sentimiento de culpabilidad que no podía definir, me desgarraba el corazón.

¿Bromas?... ¿A que digo «de qué» estás enfermo?... ¿Digo? ¡Pero esta muchacha que no viene! exclamó el viejo, más que nada por cambiar de conversación y aproximándose de nuevo a la ventana, dijo: ¡Pampita! ¿y el mate? ¡Voy, tata!

Mendoza le perdonaba al instante estas y otras bromas, y Miguel, que no las llevaba a cabo con intención malévola, sino por el afán irresistible de reírse, le pagaba su paciencia «sacándole los significados» y metiéndole en la cabeza las lecciones.

¡Jesús, hija, qué mal olor! exclamó deteniéndose a la entrada . ¿Qué has quemado?... Si huele aquí a infierno... Currita se puso muy seria, muy enfadada, y hasta un poco pálida. Mira, Fernandito, no digas tonterías... No me gustan bromas con las cosas del otro mundo. Y como si fuese cosa de él, volvió a lanzar otra mirada furtiva y medrosa a la imponente cabeza de fray Alonso.

Mas duró poco la reserva; al ir vaciándose los jarros y desocupándose las fuentes, nadie quiso estar callado y empezaron las bromas a echar chispas.

Estos, animados por su mansedumbre, llevaron al extremo sus bromas, hasta que Modesto les puso término del modo siguiente. Un día que había gran formación, con motivo de una revista, Modesto ocupaba su lugar al extremo de una fila.

Cambiaban unos con otros, por encima de las butacas, bromas y frases, más que obscenas, asquerosas. Gracias a que no había señoras. Al fin aparecieron en el escenario cuatro señores, don Rosendo Belinchón, Alvaro Peña, don Feliciano Gómez y don Rudesindo Cepeda, propietario y fabricante de sidra espumosa. Los cuatro se despojaron de los sombreros al pisar el palco escénico.

Esperé a Paca a la salida de la Fábrica, pero no logré verla. Isabel tampoco parecía por casa de Anguita. Con Villa no quise desahogarme, porque temía que lo echase a broma. ¡Para bromas estaba yo! Por fin, una noche llegó Isabel a la tertulia, y en la mirada larga e intencionada que me dirigió comprendí que algo grave tenía que decirme.

Le encuentra usted siempre dispuesto a hacer el bien. A me hacen muchísima gracia sus bromas con Pepita... me río como una tonta...» Indudablemente era una mujer a propósito para fascinar a cualquiera. Su hermosura singular estaba realzada no sólo por el brillo de su timbre nobiliario, sino por el atractivo del carácter.

Palabra del Dia

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