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Actualizado: 12 de junio de 2025
¿Cómo? pregunté sin comprender. Ya nadie juega al bridge, mi amigo, nadie, nadie... salvo los «rastaquères», los cursis, los «guarangos». Sólo por esnobismo pueden hoy jugarlo «dandies» provincianos y trasnochados. Estaría bien jugar para divertirse... Y se ha demostrado matemáticamente que el noventa y cinco por ciento de los que jugaban al bridge se aburrían.
Todos los años iba a América para visitar las joyerías de varios países, de las que era proveedor, y al mismo tiempo importaba en Europa pieles y plumas. Mostrábase preocupado desde que entró en el vapor con la busca de compañeros para una partida de bridge, y su tristeza era grande al ver que en el fumadero sólo jugaban al poker.
Desalojaron a Dickens y a Cervantes, que, por falta de espacio, tuve que desterrar en el sótano. Me apechugué a mis libros con la avidez del náufrago que se ase a una tabla de salvación. Leí concienzudamente los mejores, entre ellos uno que tenía un prólogo de Alfred Capus. El aplaudido dramaturgo francés recomendaba el bridge en entusiastas párrafos.
Al pie de la tarjeta decía: «Se jugará al bridge.» ¡Qué prácticos son estos ingleses! ¡Cuánto mal rato y cuánto aburrimiento se me evitaban con este sencillo agregado: «Se jugará al bridge»! Naturalmente, me excusé... por cualquier motivo, pues ya no me atrevía a confesar que ignoraba el jueguito de moda... Fui al club, a encontrarme con mis amigos.
Sentime en el colmo de la indignación. ¿De dónde podría salir esta gente, que no sabía lo que era el bridge? Creí que ante mis plantas se abría un abismo... ¡No, yo no podía aliarme con una familia tan... cualquier cosa! ¡Yo no podía quedar un instante más en una casa tan cursi! Por eso, sin contestar al anfitrión si era o no el bridge un juego de billar, me despedí bruscamente...
De los once puentes de Lóndres cuatro me llamaron principalmente la atencion por su novedad: el London bridge, que liga la City con el inmenso barrio de Barmondsey, del sur; el de Southwark, situado un poco mas arriba; el de Waterloo, que da sobre el Strand; y el de Hungerford, inmediatamente superior.
Estos caballeros pensaron establecer un bridge diario. ¡Les hacía falta un cuarto compañero...! Entonces el señor Leplu se mostró muy amable y me dirigió la palabra; al cabo de cinco minutos ya éramos amigos; me preguntó: «¿Sabe usted jugar al bridge?» Contesté afirmativamente. Nos sentamos a la mesa. Cometí falta tras falta y perdí cinco luises. ¡Espérese...! Al día siguiente jugué también.
Ya el día que llegué de la estancia, me preguntó mi cuñada si sabía jugar al bridge... Como yo le dijera que no, me dio un consejo: Debes aprenderlo cuanto antes... Ahora todo el mundo lo juega... No te lo enseño yo porque es demasiado difícil y soy todavía bastante «chambona». Pero como se juega en todas las casas de nuestros parientes, no te faltarán oportunidades de aprenderlo.
Fue esto último para mí como un rayo de luz. ¿No podría yo también asistir a una cátedra de bridge, o tomar, por lo menos, un profesor particular, como Eduardo VII, rey del Reino Unido y emperador de las Indias? ¿Acaso debía considerarme yo algo más importante y solemne que un emperador de las Indias?...
El bridge ha muerto, ¡viva el truco! Tenía razón, mil veces razón tenía mi amigo Villalba. Bien pronto lo comprendí. Y desde entonces resolví vengarme de todo lo que había jugado al bridge por hábito y con placer harto mediocre o negativo. ¡Lástima que me vengué demasiado bien!... Pues sucedió que me encontré de nuevo con Clarita, y que su mamá volvió a invitarme a comer. Fui lleno de júbilo.
Palabra del Dia
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