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Actualizado: 20 de julio de 2025


En llegando a él se tendió en el suelo, encima de la yerba, y los demás hicieron lo mismo; y todo esto sin que ninguno hablase, hasta que el Roto, después de haberse acomodado en su asiento, dijo: -Si gustáis, señores, que os diga en breves razones la inmensidad de mis desventuras, habéisme de prometer de que con ninguna pregunta, ni otra cosa, no interromperéis el hilo de mi triste historia; porque en el punto que lo hagáis, en ése se quedará lo que fuere contando.

Lo que diga yo, por lo tanto, en breves palabras, no puede menos de ser desordenado y de pareceros oscuro. Voy a poner en cifra y resumen lo que requiere, para que se entienda bien, severo método y reposo.

Y movido por este anhelo, con voz sumisa y débil, no en una vez sola, sino en varias veces, en diferentes visitas que el Padre Ambrosio le hizo, le fue manifestando en breves discursos su pensar y su sentir más íntimos.

Llamó a Fortunata y a Mauricia, y en breves palabras las puso al corriente de la situación. Ambas recogidas, particularmente la Dura, no querían otra cosa. O se apoderaban del enemigo, o no eran ellas quienes eran. Bajó Sor Marcela a la iglesia, y las dos mujeres emprendieron su campaña.

-También, Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles; que, puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias.

Esto no era de creer en un hombre como él, en un hombre cuyo pensamiento se tornaba rápidamente en acción como el de un niño. ¿Por qué motivo volvía entonces al lado de su amiga, y la trataba mejor en sus visitas demasiado breves y raras?

Siguiendo relativo orden cronológico van esos breves artículos, que en las columnas de El Liberal gozaron un día cierto favor del público: por eso nada he querido alterar de ellos, pues ampliándolos ó dándoles otra forma, perderían ciertamente el carácter que tuvieron al ser trazados y que he deseado conservar.

A veces, en sus breves visitas a Rucanto le acompañaba Rita, la buena anciana, siempre ganosa de ver a su santa querida. Vivía la fiel servidora al lado del médico, ocupando en la casa de Luzmela su puesto de confianza, tantos años acreditado por una constante adhesión al difunto caballero. En vano intentara Rita continuar al inmediato servicio de Carmen.

Todos sufrían la misma duda cruel: «No comprendemos.» Y su duda hacía aún más dolorosa la marcha incesante, una marcha que duraba día y noche con sólo breves descansos, alarmados los jefes de cuerpo á todas horas por el temor de verse cortados y separados del resto del ejército. «Un esfuerzo más, hijos míos. ¡Animo!

Toda esta escena fue la obra simultánea de un instante; las más breves palabras no alcanzarían nunca a traducir su trágica rapidez.

Palabra del Dia

malignas

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